Lectura del libro de Isaías.
El rey Ezequías cayó gravemente enfermo. El profeta Isaías, hijo de Amós, fue a verlo y le dijo: «Así habla el Señor: Ordena los asuntos de tu casa, porque vas a morir. Ya no vivirás más». Ezequías volvió su rostro hacia la pared y oró al Señor, diciendo: «¡Ah, Señor! Recuerda que yo he caminado delante de ti con fidelidad e integridad de corazón, y que hice lo que es bueno a tus ojos». Y Ezequías se deshizo en llanto. Entonces la palabra del Señor llegó a Isaías en estos términos: «Ve a decir a Ezequías: Así habla el Señor, el Dios de tu padre David: He oído tu súplica, he visto tus lágrimas. Yo añadiré otros quince años a tu vida; te libraré, a ti y a esta ciudad, de manos del rey de Asiria, y defenderé a esta ciudad». Ezequías respondió: «¿Cuál es la señal de que podré subir a la Casa del Señor?». «Ésta es la señal que te da el Señor para confirmar la palabra que ha pronunciado: En el reloj de sol de Ajaz, Yo haré retroceder diez grados la sombra que ya ha descendido». Y el sol retrocedió en el reloj los diez grados que había descendido. Luego dijo Isaías: «Traigan un emplasto de higos; aplíquenlo sobre la úlcera, y el rey sanará». Palabra de Dios.
Comentario: La enfermedad y la sanación de Ezequías es la confirmación de que solo podemos fiarnos en el poder de Dios. Y reafirma dos cosas: así como el rey escapa a la muerte, también Jerusalén se librará de la destrucción; y así como puede “detener o retroceder el sol”, también puede frenar los ejércitos invasores.
R. ¡Tú has preservado mi vida, Señor!
Yo decía: En lo mejor de mis días me tengo que ir: he sido destinado a las puertas del Abismo por el resto de mis años. R.
Yo decía: Ya no contemplaré al Señor en la tierra de los vivientes; no veré más a los hombres entre los habitantes del mundo. R.
Arrancan mi morada y me la arrebatan, como una carpa de pastores. Como un tejedor, yo enrollaba mi vida, pero Él me corta de la trama. R.
Los que el Señor protege vivirán, y su espíritu animará todo lo que hay en ellos: Tú me restablecerás y me harás revivir. R.
Aleluia. «Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen», dice el Señor. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Jesús atravesaba unos sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron a arrancar y a comer las espigas. Al ver esto, los fariseos le dijeron: «Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado». Pero Él les respondió: «¿No han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes? ¿Y no han leído también en la Ley, que los sacerdotes, en el Templo, violan el descanso del sábado, sin incurrir en falta? Ahora bien, Yo les digo que aquí hay alguien más grande que el Templo. Si hubieran comprendido lo que significa “prefiero la misericordia al sacrificio”, no condenarían a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es dueño del sábado». Palabra del Señor.
Comentario: Los fariseos, creyendo “guardar” el sábado fielmente, cometen la atrocidad de juzgar a los demás. ¿Qué es lo más importante de la ley? ¿Cumplir la materia de la ley o su espíritu? ¿Qué honra más a Dios, estar quieto un tiempo o vivir hasta las últimas consecuencias la misma misericordia de Cristo? Quien no vive el espíritu, sino la ley sola, aparentemente parecerá cumplir, pero será un cadáver que matará con su pensamiento a los demás quebrantando el mismo centro de la ley: “el amor”.