Por René Rebolledo Salinas, arzobispo de La Serena
El domingo antepasado -30 de junio- la comunidad cristiana acogió el evangelio de Marcos 5, 21-43, el Señor que sanó a una mujer (“Tu fe te ha sanado”) y resucitó a una niña (dirigiéndose al padre -jefe de la sinagoga- le dijo: “No temas, basta que tengas fe”). En ambos casos Él alaba la fe.
Luego, el domingo pasado -7 de julio- se proclamó el evangelio de Marcos 6, 1-6, con la amarga expresión del Señor: “A un profeta sólo lo desprecian en su tierra, entre sus parientes y en su casa” (v 4). Por ello, la triste constatación: “Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo sanar a unos pocos enfermos a quienes impuso las manos” (v 5), como su gran extrañeza: “Y se asombrada de su incredulidad” (v 6). Sin embargo, este pasaje concluye con la anotación: “Después recorrían los pueblos vecinos enseñando” (Mc 6, 6). El Señor no se desanima ante esta fría respuesta de los suyos y muestras de incredulidad, sino que, por el contrario, prosigue adelante anunciando la Buena Nueva, realizando actos que son fundamentales en su ministerio, como el llamado y envío de los apóstoles.
En el llamado y misión de los Doce (cfr. Mc 6, 7-13), evangelio que se proclama este domingo 14 de julio -correspondiente al 15° del Tiempo Ordinario- el evangelista denota particulares que parecieren simples, más son indicativos de una realidad profunda. Denota: “enviados de dos en dos” (v 7), tradición judía, en vista también del apoyo mutuo e igualdad ante el cometido. Les encarga: “no llevar para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja, que calzaran sandalias pero que no llevaran dos túnicas” (vv 8-9). Son solicitudes en relación a la pobreza y el testimonio de sencillez esperado de quienes han sido llamados y enviados. La solidaridad de las comunidades proveerá a su sustento (cfr. v 10).
Anota finalmente el evangelista que ellos: “Se fueron y predicaban que se arrepintieran; expulsaban muchos demonios, ungían con aceite a numerosos enfermos y los sanaban” (vv 12-13).
Propicio es este domingo para reflexionar sobre el llamado y el envío. Contemplamos, en primer término, que el Padre eterno llamó a su Hijo Cristo el Señor y lo envió al mundo. Él trae un mensaje de vida, amor y esperanza, para mujeres y hombres de todos los tiempos y lugares. La invitación es al encuentro con Él que transforma la vida, en adhesión de fe y amor. Obviamente, el encuentro contempla varios aspectos que favorecen vivir misma adhesión en la comunidad de sus discípulos misioneros.
Luego, la invitación es acoger la página evangélica de hoy, leerla y reflexionarla, manifestando gratitud a Cristo el Señor por el llamado y la misión de los Doce. Seguidamente, contemplar otros llamados, como a los setenta y dos discípulos (cfr. Lc 10, 1-12. 17-20), para proseguir deteniéndonos sobre alguno de los numerosos llamados, especialmente si nos son más cercanos o conocidos. Demos gracias a Dios por ellos y admiremos cómo el Señor actúa en la historia de la salvación.
Es una hermosa oportunidad este día, para dar gracias a Dios por nuestro propio llamado. Asumamos, con la gracia del Señor, nuestro discipulado misionero y la corresponsabilidad exigida a quienes el Señor -sin mérito alguno de nuestra parte- ha llamado y enviado.