Por René Rebolledo Salinas, arzobispo de La Serena.
Corresponde esta columna al primer domingo de julio, 14° del Tiempo Ordinario. Están previstas las siguientes lecturas para las celebraciones eucarísticas de este día principalmente, pero de igual modo para otros actos litúrgicos en la celebración del domingo: En la primera lectura Ezequiel 2, 2- 5; el Salmo responsorial es el 122, 1-4; la segunda lectura corresponde a la Segunda Carta a los Corintios 12, 7-10; mientras el evangelio es de Marcos 6, 1-6.
Atraviesa las lecturas un tema de gran relevancia en nuestros tiempos, la incredulidad. El Señor, relata Marcos, “se asombraba de su incredulidad” en referencia a las reacciones de los nazarenos al escuchar su predicación: “¿De donde saca éste todo eso? ¿Qué clase de sabiduría se le ha dado? Y, ¿qué hay de los grandes milagros que realiza con sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago y José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas?” (vv 2-3).
Fría es la acogida que recibe el Señor en la sinagoga de su ciudad. Como transcritas, son sólo preguntas que provoca su predicación entre los suyos, respecto de su sabiduría y milagros. Por otra parte, las interrogantes en relación a su origen, es porque los suyos lo conocen como “el carpintero”, “el hijo de María”, “el hermano de Santiago y José”, “Judas y Simón”. Es preciso tener presente que en las lenguas semitas “hermanos” puede significar primos y otros parientes. Todo resulta para sus compaisanos un obstáculo (v 3). Amarga es la Palabra del Señor ante lo experimentado entre los suyos: “A un profeta sólo lo desprecian en su tierra, entre sus parientes y en su casa” (v 4). Por ello, la triste constatación: “Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo sanar a unos pocos enfermos a quienes impuso las manos” (v 5), lo cual expresa también en su gran extrañeza: “Y se asombraba de su incredulidad” (v 6).
La incredulidad está fuertemente presente en los tiempos actuales, como en los pasados, constatada también por Jesús entre sus paisanos. Se la puede sentir y experimentar en modos diversos como desinterés, indiferencia o prescindencia. Todo ello dificulta al mensajero en anunciar la Buena Nueva y llevar adelante la evangelización en los complejos tiempos que estamos viviendo, particularmente por los grandes y profundos cambios culturales.
En el ministerio de Jesús se constatan maravillosas adhesiones personales y otras, como el relato del evangelio del domingo precedente donde por el Señor mismo, es relevada la fe: “Hija, tu fe te ha sanado. Vete en paz y sigue sana de tu dolencia” (Mc 5, 34) y “No temas, basta que tengas fe” (Mc 5,36). Lamentablemente, entre los suyos no encontró igual adhesión de fe.
La comunidad cristiana está llamada a anunciar siempre y en toda circunstancia la Buena Nueva, dando humilde testimonio de ella. Procurar el crecimiento y la maduración en el propio camino de fe, también el de los demás. Por otra parte, proseguir adelante, como Él lo hiciera, atestiguado en la misma página evangélica: “Después recorría los pueblos vecinos enseñando” (v 6).