P. Fredy Peña T., ssp
Dos intervenciones de Jesús ratifican, una vez más, quién es y su poder sobrenatural: la curación de la mujer con hemorragia y la resurrección de la hija de Jairo. La escena no solo se trata de dos curaciones, sino de la situación de dos mujeres. Una comienza a reconocer su cuerpo de mujer. Recordemos que en la cultura de entonces las niñas a los doce años eran dadas en matrimonio, edad que marcaba el inicio de la menstruación. La otra sufre en su cuerpo la enfermedad que es una carga en lo económico –había gastado todo lo que tenía–, como también ritualmente considerada impura y excluida. Tanto la hemorroísa como la hija de Jairo simbolizan al antiguo Pueblo de Dios que, esclavizado por sus leyes de muerte, es invitado a convertirse, a través de la fe, pero en el nuevo Pueblo de Dios.
Es curioso, pero la mujer curada trata de ocultar el milagro de Jesús. Sabe que, si es sorprendida, pueden maltratarla si se enteran de su estado de impureza, (cf. Lev 15, 19-31). Sin embargo, Jesús la hace visible y la felicita, porque ha abierto su corazón para entender la fe como una fuerza de vida que libera. En cambio, la situación de Jairo reconoce que su institución religiosa ha perdido autoridad y sentido y va a buscar a Jesús. Porque la Ley sin el horizonte y el valor por la vida pierde su sentido y razón de ser. No obstante, quienes acompañan a Jairo en casa se desatan en llantos, porque no creen en la fuerza misteriosa de Jesús, capaz de revertir lo que parece imposible y por eso se ríen de él.
Qué maravilloso es para el creyente, cuando consciente de su pequeñez y de su miseria sabe buscar lo que necesita en Aquel que es verdaderamente grande, como la actitud de la mujer y de Jairo. Ambos conmovieron el corazón del mismo Jesús. Asimismo, Dios se conmueve al ver la actitud de sus hijos que acuden a él como verdadero Padre. Porque el que ama y se sabe amado, no tiene miedo de pedir y no se reserva nada cuando se trata de dar.
“Jesús le dijo: ‘Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad‘” (Mc 5, 34).