Leccionario Santoral: Is 61, 9-11; [Sal] 1Sam 2, 1. 4-8; Lc 2, 41-51.
Prefacio de la Virgen María.
Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo a Timoteo.
Querido hijo: Yo te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, y en nombre de su Manifestación y de su Reino: proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar. Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas. Tú, en cambio, vigila atentamente, soporta todas las pruebas, realiza tu tarea corno predicador del Evangelio, cumple a la perfección tu ministerio. Yo ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor su Manifestación. Palabra de Dios.
Comentario: San Pablo exhorta a Timoteo a identificar que “ahora” es el tiempo para anunciar la Palabra de Dios. Por eso manifiesta la urgencia y la necesidad de proclamar la Buena Nueva. El Apóstol de los gentiles se ve como un servidor de la Palabra que se enfrenta con la inminencia de su partida definitiva de este mundo.
R. ¡Mi boca anunciará tu salvación, Señor!
Mi boca proclama tu alabanza y anuncia tu gloria todo el día. No me rechaces en el tiempo de mi vejez, no me abandones, porque se agotan mis fuerzas. R.
Yo, por mi parte, seguiré esperando y te alabaré cada vez más. Mi boca anunciará incesantemente tus actos de justicia y salvación. R.
Vendré a celebrar las proezas del Señor, evocaré tu justicia, que es sólo tuya. Dios mío, Tú me enseñaste desde mi juventud, y hasta hoy he narrado tus maravillas. R.
Entonces te daré gracias con el arpa, por tu fidelidad, Dios mío; te cantaré con la cítara, a ti, el Santo de Israel. R.
Aleluia. Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos
Jesús enseñaba a la multitud: «Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Éstos serán juzgados con más severidad». Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces Él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir». Palabra del Señor.
Comentario: Jesús condena la espiritualidad de las apariencias, es decir, mostrar lo bueno, lo bello, pero la verdad por dentro es otra cosa. Por eso pone su mirada en la viuda. Mientras los letrados solo buscan acumular, la viuda da con generosidad, pues no da de lo que le sobra, sino todo lo que tiene. Sin duda que hay distintas formas de “dar” , pero ¿se puede hablar de generosidad cuando lo hacemos por interés, esperando recibir algo a cambio?