Por René Rebolledo Salinas, arzobispo de La Serena
En este domingo 19 de mayo, la comunidad cristiana celebra la gran solemnidad de Pentecostés finaliza la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos.
En Pentecostés, los fieles profundamente unidos a la Iglesia Universal, siete semanas después del gran acontecimiento de la Resurrección del Señor, hacen memoria del don del Espíritu Santo que recibieron los apóstoles y, a través de ellos, los discípulos misioneros en todos los tiempos y lugares del mundo. ¡Pentecostés es la culminación de la Pascua!
El nombre de esta solemnidad -Pentecostés- significa día quincuagésimo, equivale a siete por siete más uno, que indica plenitud para el mundo judío. Es preciso tener presente que, a los 50 días después de la salida de Egipto -guiados por Moisés- celebraron nuestros padres en la fe, la alianza sellada con el Señor en el Monte Sinaí. Por ello, los cristianos hacemos memoria del envío del Espíritu Santo a la comunidad apostólica, a los 50 días después de Pascua.
¿Qué importancia reviste el acontecimiento de Pentecostés? Con Pentecostés se culminan los hechos que dan nacimiento a la Iglesia. Contemplamos, en primer término, la Institución de la Eucaristía, como signo de comunión en Cristo de la comunidad que la celebra, envío misionero antes de la Ascensión de Nuestro Señor, como la culminación con la efusión del Espíritu Santo a la comunidad apostólica. Los discípulos que siguen a
Jesús en los inicios, temerosos por los acontecimientos ocurridos con su Maestro, emergen como la asamblea que se proyecta a lo largo de los siglos, hasta nuestros días, lo cual significa que la acción del Espíritu derramado en Pentecostés da vida, sostiene y renueva a la Iglesia.
Los textos bíblicos previstos para las celebración de esta solemnidad, -Hechos de los apóstoles 2, 1-11; Salmo 103, 1.24.29-31.34; Primera Carta del Apóstol Pablo a los Corintios 12, 3-7.12-13 y el Evangelio de Juan 20,19-23-, ilustran el significado que tiene para la Iglesia la venida del Espíritu Santo, como también la misión de los discípulos misioneros del Señor, en todo tiempo y lugar.
En este domingo la comunidad cristiana invoca la venida del Espíritu Santo sobre ella, la Iglesia entera y el mundo. ¡Es el don de la Pascua! El mismo Espíritu que resucitó a Jesús y que obró maravillas en la transformación de los primeros discípulos, convirtiéndolos en evangelizadores valientes y audaces, realice su obra en los actuales discípulos misioneros del Señor. En efecto, en el corazón de la celebración eucarística se recitará en el Prefacio: Aquel mismo Espíritu que, desde el comienzo, fue el alma de la Iglesia naciente… Como en la Oración Colecta se invocará la acción del Espíritu Santo en este sentido: Por el misterio de Pentecostés santificas a la Iglesia extendida por todas las naciones.
Cada año en este día la comunidad cristiana renueva la súplica: Ven, Espíritu Santo, Ven, con el don de un nuevo Pentecostés, pleno de fervor evangelizador. Su acción edifique una comunidad abierta al mundo -a los actuales desafíos- como un gran impulso que permita asumir en corresponsabilidad iniciativas pastorales creativas, también audaces, para dar a conocer al Señor en este tiempo.