Prefacio de Pascua.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles.
En aquellos días: Esteban decía al pueblo, a los ancianos y a los escribas: “¡Hombres rebeldes, paganos de corazón y cerrados a la verdad! Ustedes siempre resisten al Espíritu Santo y son iguales a sus padres. ¿Hubo algún profeta a quien ellos no persiguieran? Mataron a los que anunciaban la venida del Justo, el mismo que acaba de ser traicionado y asesinado por ustedes, los que recibieron la Ley por intermedio de los ángeles y no la cumplieron”. Al oír esto, se enfurecieron y rechinaban los dientes contra él. Esteban, lleno del Espíritu Santo y con los ojos fijos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús, que estaba de pie a la derecha de Dios. Entonces exclamó: “Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios”. Ellos comenzaron a vociferar y, tapándose los oídos, se precipitaron sobre él como un solo hombre; y arrastrándolo fuera de la ciudad, lo apedrearon. Los testigos se quitaron los mantos, confiándolos a un joven llamado Saulo. Mientras lo apedreaban, Esteban oraba, diciendo: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Después, poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. Y al decir esto, expiró. Saulo aprobó la muerte de Esteban. Palabra de Dios.
Comentario: Llega el momento final para Esteban hasta exclamar que ve la gloria de Dios y a Jesús a la derecha de Dios. En sus últimas palabras, imita a su Maestro y muere perdonado hasta en sus mismas expresiones: “no les tengas en cuenta estos pecados” (Cf. Lc 23, 34). Así, este testigo del Señor encontró el martirio por su coherencia de vida y seguimiento radical a Jesús.
R. ¡Pongo mi vida en tus manos, Señor!
Sé para mí una roca protectora, un baluarte donde me encuentre a salvo, porque tú eres mi Roca y mi baluarte: por tu Nombre, guíame y condúceme. R.
Yo pongo mi vida en tus manos: Tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. Confío en el Señor. ¡Tu amor será mi gozo y mi alegría! R.
¡Que brille tu rostro sobre tu servidor, sálvame por tu misericordia; al amparo de tu rostro ocultas a tus fieles de las intrigas de los hombres! R.
Aleluia. “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre”, dice el Señor. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
La gente preguntó a Jesús: “¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: ‘Les dio de comer el pan bajado del cielo’”. Jesús respondió: “Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo”. Ellos le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les respondió: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”. Palabra del Señor.
Comentario: Creer en Jesucristo como el alimento que no perece es una afirmación del evangelio y que nadie puede generar o dar por sí mismo. No obstante, todo el que cree ha de acoger la comida que el Señor nos ofrece, porque, únicamente, el Hijo del hombre dará el alimento que no perece. El “maná” fue entregado a los israelitas como alimento para mantenerse en el camino de su libertad. Pero ahora y con Jesús, “verdadero pan del cielo”, nos fortalece en la fe y el testimonio cristiano en el mundo.