Prefacio de la Pasión II.
Lectura del libro de Isaías.
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Está cerca el que me hace justicia: ¿quién me va a procesar? ¡Comparezcamos todos juntos! ¿Quién será mi adversario en el juicio? ¡Que se acerque hasta mí! Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar? Palabra de Dios.
Comentario: El tercer cántico del Siervo muestra la polaridad entre el sentimiento de confianza, pero al mismo tiempo de sufrimiento por lo que implica la misión y predicar en ambientes hostiles. Isaías escucha como discípulo y luego anuncia la enseñanza recibida del Señor cumpliendo su vocación profética: Es el camino de los enviados en misión territorial: contemplar a Dios en la reflexión y en la oración, pero también anunciarlo.
R. ¡Señor, Dios mío, por tu gran amor, respóndeme!
Por ti he soportado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro; me convertí en un extraño para mis hermanos, fui un extranjero para los hijos de mi madre: porque el celo de tu Casa me devora, y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian. R.
La vergüenza me destroza el corazón, y no tengo remedio. Espero compasión y no la encuentro, en vano busco un consuelo: pusieron veneno en mi comida, y cuando tuve sed me dieron vinagre. R.
Así alabaré con cantos el nombre de Dios, y proclamaré su grandeza dando gracias; que lo vean los humildes y se alegren, que vivan los que buscan al Señor: porque el Señor escucha a los pobres y no desprecia a sus cautivos. R.
¡Salve, Rey nuestro! Sólo tú te has compadecido de nuestros errores.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Cuánto me darán si se lo entrego?” y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo. El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: “¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?”. Él respondió: “Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: ‘El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’”. Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: “Les aseguro que uno de ustedes me entregará”. Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: “¿Seré yo, Señor?”. Él respondió: “El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ay de aquél por quien el Hijo del hombre será entregado: ¡más le valdría no haber nacido!”. Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: “¿Seré yo, Maestro?”. “Tú lo has dicho”, le respondió Jesús. Palabra del Señor.
Comentario: Sin duda que Jesús no conocía todos los detalles de cómo se daría el complot contra él. Sin embargo, marca sus tiempos y confirma que su sacrificio responde al plan de su Padre, manifestado en las Escrituras. En la Última Cena Jesús sella la amistad con sus discípulos. Pero esta resulta empañada por la traición de Judas. Curiosamente, los discípulos de Jesús se dirigen a él como “Señor”, en cambio Judas lo llama “Rabbí”, un apelativo que utilizan los adversarios de Jesús, porque nunca aceptaron que Él era el Mesías y Señor.