Lectura del segundo libro de Samuel.
El Señor envió al profeta Natán ante el rey David. Él se presentó y le dijo: «Había dos hombres en una misma ciudad, uno rico y el otro pobre. El rico tenía una enorme cantidad de ovejas y de bueyes. El pobre no tenía nada, fuera de una sola oveja pequeña que había comprado. La iba criando, y ella crecía junto a él y a sus hijos: comía de su pan, bebía de su copa y dormía en su regazo. ¡Era para él como una hija! Pero llegó un viajero a la casa del hombre rico, y éste no quiso sacrificar un animal de su propio ganado para agasajar al huésped que había recibido. Tomó en cambio la oveja del hombre pobre, y se la preparó al que le había llegado de visita». David se enfureció contra aquel hombre y dijo á Natán: «¡Por la vida del Señor, el hombre que ha hecho eso merece la muerte! Pagará cuatro veces el valor de la oveja, por haber obrado así y no haber tenido compasión». Entonces Natán dijo a David: «¡Ese hombre eres tú! Así habla el Señor, el Dios de Israel: la espada nunca más se apartará de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado por esposa a la mujer de Urías, el hi¬tita. Así habla el Señor: Yo haré surgir de tu misma casa la desgracia contra ti. Arrebataré a tus mujeres ante tus propios ojos y se las daré a otro, que se acostará con ellas en pleno día. Porque tú has obrado ocultamente, pero yo lo haré delante de todo Israel y a la luz del sol». David dijo a Natán: «¡He pecado contra el Señor!». Natán le respondió: «El Señor, por su parte, ha borrado tu pecado: no morirás. No obstante, porque con esto has ultrajado gravemente al Señor, el niño que te ha nacido morirá sin remedio». Y Natán se fue a su casa. Palabra de Dios.
Comentario: David reconoce su pecado y se muestra arrepentido. Dios lo perdona, pero no por eso lo exime de alguna penitencia. Asimismo, sufrirá las muertes de sus hijos (Amnón, Absalón, Adonías). Sin embargo, es notable su humildad y plegaria por los que ama, en especia, por el hijo de Betsabé: el rey ayuna y muestra su confianza en la oración que clama la misericordia de Dios.
R. ¡Dios mío, crea en mí un corazón puro!
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me arrojes lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación, que tu espíritu generoso me sostenga: yo enseñaré tu camino a los impíos y los pecadores volverán a ti. R.
¡Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío, y mi lengua anunciará tu justicia! Abre mis labios, Señor, y mi boca proclamará tu alabanza. R.
Aleluia. Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único; todo el que cree en Él tiene Vida eterna. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a la otra orilla». Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron en la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?». Despertándose, Él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!». El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?». Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?». Palabra del Señor.
Comentario: Jesús se presenta como quien posee el poder de dominar la naturaleza. Al calmar la tempestad y el viento manifiesta que él es Dios; no obstante, sus discípulos aún no maduran en la fe y les cuesta creer en él. Son tantas las ocasiones en que le rogamos a Dios que se manifieste, pero la mayoría de las veces acudimos a él sin tener ni una esperanza y fe.