La solemnidad de hoy nos abre a la universalidad de la familia humana. Es la afirmación que de toda la humanidad Dios quiere hacer una familia, unida en su hijo Jesús.
Hoy pedimos perdón por todas las formas de discriminación de raza, de pueblos, de personas. El cristiano, llamado a ser signo de unidad, peca cuando no trabaja por la unión de todos.
Pedimos llegar a contemplar algún día la gloria del Hijo de Dios.
Como los Reyes Magos, también nosotros hoy llevamos al altar el oro de nuestro amor, el incienso de nuestras plegarias, y la mirra de nuestros sufrimientos por la redención del mundo.
La unión con Cristo en la eucaristía sea prenda de participación en el misterio de su gloria.
La misa ha terminado. Comienza la misión. La Iglesia, que es toda misionera, realiza su tarea salvadora a través de cada uno.