La segunda catequesis del Papa Francisco sobre los vicios y virtudes centró su meditación sobre el tema “el combate espiritual”. El Obispo de Roma recordó a los presentes que la vida es una lucha marcada por los contrastes y las tentaciones, ambos necesarios para avanzar en el camino de la virtud ya que nos recuerdan nuestra propia pequeñez. El Santo Padre enfatizó también que quien considera que ya ha conseguido cierto grado de perfección y, por lo tanto no necesita de conversión ni confesión, vive en la obscuridad y no es capaz de distinguir el bien del mal. Muy por el contrario: debemos pedir a Jesús que nos dé la capacidad y la fuerza de confrontarnos con nuestra debilidad, la valentía de abandonarnos a su misericordia y la sensatez de no bajar la guardia en este esfuerzo, por cuanto el enemigo está al acecho y hay que estar alerta para no dejarse engañar.
“La vida espiritual del cristiano no es pacifica, linear y sin desafíos, al contrario, la vida cristiana exige un continuo combate: el combate cristiano para conservar la fe, para enriquecer los dones de la fe en nosotros. No es casualidad que la primera unción que cada cristiano recibe en el sacramento del bautismo – la unción catecumenal – sea sin perfume y anuncie simbólicamente que la vida es una lucha”, manifestó el Pontífice, explicando que, en la antigüedad, los luchadores se ungían completamente antes de la competición, tanto para tonificar sus músculos, como para hacer sus cuerpos escurridizos a las garras del adversario.
“La unción de los catecúmenos pone inmediatamente en claro que al cristiano no se salva de la lucha, que un cristiano debe luchar: su existencia, como la de todos los demás, tendrá también que bajar a la arena, porque la vida es una sucesión de pruebas y tentaciones”, explicó el Vicario de Cristo.
Hoy en día, muchas personas creen que no necesitan la absolución, confiados en que viven “en lo correcto”. Frente a esa postura, el Papa es claro: “si alguien se siente que está bien, está soñando; cada uno de nosotros tiene tantas cosas que arreglar, y también tiene que vigilar. Y a veces sucede que vamos al Sacramento de la Reconciliación y decimos, con sinceridad: “Padre, no me acuerdo, no sé si tengo pecados…”. Pero eso es falta de conocimiento de lo que pasa en el corazón. Todos somos pecadores, todos. Y un poco de examen de conciencia, una pequeña introspección nos hará bien”. Es más, al pensar así, “corremos el riesgo de vivir en tinieblas, porque ya nos hemos acostumbrados a la oscuridad, y ya no sabemos distinguir el bien del mal”.
Por eso la actitud de Jesús al ser bautizado por Juan es muy importante: el Señor se pone en fila con los pecadores para someterse al rito de purificación. “¿De qué pecado debe arrepentirse Jesús? ¡De ninguno!”, explicó el Papa, afirmando que Cristo lo hizo por nosotros: “Jesús es un Mesías muy distinto de como Juan lo había presentado y la gente se lo imaginaba: no encarna al Dios airado, y no convoca para el juicio, sino que, al contrario, se pone en fila con los pecadores. ¿Cómo es eso? Sí, Jesús nos acompaña, a todos nosotros, pecadores. Él no es un pecador, pero está entre nosotros”.
Y más importante aún: nos enseña que Jesús está a nuestro lado para levantarnos. “No debemos perder esta certeza: Jesús está a nuestro lado para ayudarnos, para protegernos, incluso para levantarnos después del pecado. “Pero, Padre, ¿es verdad que Jesús lo perdona todo?”. – “Todo. Él vino a perdonar, a salvar. Sólo que Jesús quiere tu corazón abierto”. Él nunca se olvida de perdonar: somos nosotros, tantas veces, los que perdemos la capacidad de pedir perdón”, precisó Francisco.
El Santo Padre continuó hablando sobre lo que sucedió tras el bautizo de Jesús, cuando se retiró al desierto y fue tentando por Sataná. Y preguntó a los presentes: “¿Por qué razón el Hijo de Dios debe conocer la tentación?”. Y la respueta la dio él mismo: “Jesús se muestra solidario con nuestra frágil naturaleza humana y se convierte en nuestro gran exemplum: las tentaciones que atraviesa y que supera en medio de las áridas piedras del desierto son la primera enseñanza que imparte a nuestra vida de discípulos”.
Así, el Señor experimentó lo que nosotros para enseñarlos que debemos estar preparados: la vida está hecha de desafíos, pruebas, encrucijadas, visiones opuestas, seducciones ocultas, voces contradictorias. Algunas voces son incluso persuasivas, tanto que Satanás tentó a Jesús recurriendo a las palabras de la Escritura. Por lo tanto, es necesario custodiar la claridad interior para elegir el camino que conduce verdaderamente a la felicidad, y luego esforzarse para no pararse en el camino.
“Recordemos que siempre estamos divididos y luchamos entre extremos opuestos: el orgullo desafía a la humildad; el odio se opone a la caridad; la tristeza impide la verdadera alegría del Espíritu; el endurecimiento del corazón rechaza la misericordia. Los cristianos caminamos constantemente sobre estas crestas. Por eso es importante reflexionar sobre los vicios y las virtudes: nos ayuda a superar la cultura nihilista en la que los contornos entre el bien y el mal permanecen borrosos y, al mismo tiempo, nos recuerda que el ser humano, a diferencia de cualquier otra criatura, siempre puede trascenderse a sí mismo, abriéndose a Dios y caminando hacia la santidad”, precisó el Sucesor de Pedro.
Y concluyó su catequesis con esas palabras: “el combate espiritual, entonces, nos conduce a mirar desde cerca aquellos vicios que nos encadenan y a caminar, con la gracia de Dios, hacia aquellas virtudes que pueden florecer en nosotros, llevando la primavera del Espíritu a nuestra vida”.