Gloria. Prefacio de Navidad.
Lectura de la primera carta de san Juan.
Queridos hermanos: La noticia que hemos oído de Dios y que nosotros les anunciamos, es ésta: Dios es luz, y en Él no hay tinieblas. Si decimos que estamos en comunión con Él y caminamos en las tinieblas, mentimos y no procedemos conforme a la verdad. Pero si caminamos en la luz, como Él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso, y su palabra no está en nosotros. Hijos míos, les he escrito estas cosas para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos un defensor ante el Padre: Jesucristo, el Justo. Él es la Víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. Palabra de Dios.
Comentario: La Palabra que existía con el Padre desde toda la eternidad se hace carne en Jesús y se revela como Vida y Luz para la humanidad. No obstante, el mundo no supo reconocer ni aceptar su persona ni su pueblo escogido. Los que aún lo aceptan por la fe han llegado a ser hijos de Dios en el Hijo, que está en el seno del Padre.
R. Nuestra ayuda está en el Nombre del Señor.
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando los hombres se alzaron contra nosotros, nos habrían devorado vivos cuando ardió su furor contra nosotros. R.
Las aguas nos habrían inundado, un torrente nos habría sumergido, nos habrían sumergido las aguas turbulentas. R.
La trampa se rompió y nosotros escapamos. Nuestra ayuda está en el Nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra. R.
Aleluia. A ti, Dios, te alabamos y cantamos; a ti, Señor, te alaba la brillante multitud de los mártires. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: «Desde Egipto llamé a mi hijo». Al verse engañado por los magos, Herodes se enfureció y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, de acuerdo con la fecha que los magos le habían indicado. Así se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Jeremías: «En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya no existen». Palabra del Señor.
Comentario: Jesús escapa de las manos de Herodes gracias a una particular intervención divina y a la solicitud paterna de José. El hecho de que Jesús, desde su nacimiento, se encontrara ante amenazas y peligros reviste una elocuencia profética que llega hasta el drama de los niños inocentes de Belén, matados por orden de Herodes. Estos, según la antigua liturgia de la Iglesia, son partícipes del Nacimiento y de la Pasión redentora de Cristo, porque mediante su «pasión», completan «lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 24).