“Todos vivimos en la espera, con la esperanza de oír un día esas palabras de Jesús: ‘Venid benditos de mi Padre’ (Mt 25,34). Estamos en la sala de espera del mundo para entrar en el paraíso, para participar en ese ‘banquete para todos los pueblos’ del que ha hablado el profeta Isaías (cf. 25,6)[1].
La Familia Paulina no se disuelve con la muerte; solamente, por la muerte, un miembro cambia de vivienda. Cada día la Agenda Paulina nos recuerda a los que han pasado a la eternidad; nos recuerda a quienes nos precedieron en el gran paso; los buenos ejemplos de quienes nos han dejado; el deber de orar. La lista de nuestros queridos difuntos se hace más larga y nos advierte: en el paraíso nos esperan; el premio será proporcional al mérito; nosotros mismos somos llevados espontáneamente a pensar en quién ha dejado mejores recuerdos[2].
La liturgia de los difuntos explica su mayor solemnidad el día de los muertos (2 de noviembre). La Iglesia posee una particular liturgia por los difuntos, donde la Eucaristía tiene el primer puesto, como el centro divino al cual todas las oraciones y ceremonias se refieren.
Esta fiesta es muy antigua. Desde el inicio, la Iglesia oró por los difuntos, pero no era una fiesta particular para encomendar a Dios todos los difuntos. Es hasta el siglo X que la Iglesia instituyó la Conmemoración de todos los Fieles Difuntos, para invitar a los fieles a orar con mayor fervor por los difuntos.
La cuna de esta conmovedora solemnidad fue la abadía de Cluny (fines del siglo X). El Papa Benedicto XV confirió mayor solemnidad a esta conmemoración por los fieles difuntos con la Constitución apostólica Incruentum altaris sacrificium del 10 de agosto de 1915, donde estableció que todo sacerdote puede, en este día, celebrar tres Eucaristías para sufragar más ampliamente a las almas purgantes: una puede ser aplicada por el sacerdote por quien él decida; la segunda en cambio debe ser aplicada por todos los fieles difuntos, donde ninguno sea olvidado; la tercera se debe celebrar según la mente del Sumo Pontífice, que como padre y pastor de todos los fieles tiene tantos hijos que recomendar a la Divina Misericordia. Así mismo, Benedicto XV enriqueció la liturgia estableciendo un prefacio especial para cada misa por los difuntos[3].
La Iglesia nos invita a orar por nuestros hermanos que nos han precedido es esta vida, y nos invita a reflexionar sobre este momento particular de nuestra vida para estar preparados[4].
De igual forma, el Beato Alberione en su gran herencia carismática no ha legado una especial cura por los el tema de la Eternidad, el Purgatorio y el Sufragio por las animas de los difuntos.
Como cada mes de noviembre, en especial el 2 de noviembre, somos invitados a honrar la memoria de nuestros hermanos y seres queridos que han partido al encuentro con Dios. Que las celebraciones en torno a esta conmemoración nos lleven a reavivar la esperanza de que un día nos podamos reunir todos en el amor infinito de Dios.
“Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia” (Flp 1, 21).
Antonio Hernández Pimienta, ssp.
[1] Papa Francisco, Homilía del 2 de noviembre de 2022.
[2] Cfr. Boletín San Pablo, 1961
[3] Cfr. Santiago Alberione, Por nuestros queridos difuntos.
[4] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1014.