El Evangelio, una vez más, pone en evidencia la invectiva de Jesús contra los escribas y los fariseos, pero también enseña a sus discípulos acerca de cómo debe ser su comportamiento y a quiénes no deben imitar. Las palabras de Jesús nos alertan ante el gran cáncer de la hipocresía, de la falsa piedad, de la arbitrariedad de ciertas disposiciones o del abuso y mal uso de los títulos religiosos.
Ante el pueblo, el Señor denuncia la hipocresía de los fariseos y los escribas que distorsionan la enseñanza espiritual de Moisés y de los profetas, convirtiéndola en una carga insoportable para los demás. Es decir, atan cargas pesadas y abusivas, mientras que el yugo de Jesús es suave y ligero. Todo lo hacen para que los vean y en cambio el buen cristiano procura que, a los ojos de Dios, su recta intención sea coherente. Con estas exhortaciones, Jesús enfatiza el equilibrio comunitario entre misión y servicio, comunión y corresponsabilidad, comunidad y jerarquía, fraternidad y servicio de gobierno de la Iglesia y de las comunidades cristianas.
Jesús siempre respetó la Ley, pero ridiculizó su concepción e interpretación farisaica, es decir, su crítica no es contra la Ley, sino contra aquellos que amparándose en ella se eximen de sus exigencias. De este modo, queda al descubierto no solo la hipocresía y vanidad de los escribas y fariseos, sino de todos los que, hoy por hoy, dicen mucho, pero no hacen lo que dicen o creen. El problema de esta «incoherencia» no estriba en la distancia entre el «decir» y el «hacer», sino que esa distancia afecta la credibilidad de lo que se dice, por más valido que siga siendo. Urge superar el cubrir con apariencias exteriores carentes de interioridad lo que se debiera creer y vivir, pero no se vive ni se cree. Por eso, renovemos nuestra recta intención y preguntémonos: «¿Por qué hago las cosas? ¿Por amor a Dios o por vanagloria?».
«El más grande entre ustedes será el que los sirva, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado» (Mt 23, 12).
P. Fredy Peña T., ssp
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