En este tercer domingo de octubre, 28° del tiempo Ordinario, la comunidad cristiana que celebra la santa Eucaristía escuchará -como todos los domingos- preciosos textos bíblicos (Isaías 25, 6-10; Salmo 22, 1-6; de la Carta a los Filipenses 4, 12-14. 19-20). Se proclamará el Evangelio de Mateo 22, 1-14: Parábola del banquete de bodas. Ésta da cuenta de invitados que no acuden al banquete del rey y son sustituidos por otros que no habían sido convocados. Se denota en esta parábola la denuncia del Señor a su pueblo, pero especialmente a su clase dirigente, que no le ha reconocido como al Mesías y, desde luego, tampoco la universalidad de la salvación que Dios ofrece.
Tendrá presente la convocatoria de este domingo –tanto en las parroquias y comunidades-, el Mes de la Familia, que iniciamos el domingo 1 de octubre pasado, bajo el lema: “La alegría del amor”. Prosigamos -especialmente en nuestras familias como también en las comunidades-, manifestando gratitud a Dios por la presencia y el bien recibido de las personas mayores, particularmente las que nos son más cercanas, por lazos de sangre, o de servicios en la comunidad eclesial. ¡Gratitud y admiración, como fortaleza y bendición!
Qué hermoso es el simbolismo del banquete para expresar de algún modo lo bueno y festivo en relación al Señor y a los hermanos como al banquete del cielo que anhelamos. Son numerosos los aspectos que evoca un banquete, entre ellos la deferencia de la invitación y la acogida de ésta, además del encuentro, la alegría, el compartir, la comunión, entre otros. En esta parábola quien invita es Dios y los demás todos invitados.
En la primera lectura (cfr. Is 25, 6-10), escucharemos que también en los planes de Dios para con los suyos se utiliza esta preciosa comparación con un banquete: “El Señor Todopoderoso ofrece a todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos añejados, manjares deliciosos, vinos generosos” (v 6). Asimismo, se anuncia que se quitará el dolor, las lágrimas y la muerte: “Arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa todas las naciones; y aniquilará la muerte para siempre. El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y alejará de la tierra entera la humillación de su pueblo – lo ha dicho el Señor-” (vv 7-8).
¡Qué expresiones más entusiastas! Concluye la lectura con la invitación a la celebración y al festejo, por la salvación que Dios ofrece: “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara: celebremos y festejemos su salvación” (v 9).
En este domingo -como en cada domingo del año- el Señor Resucitado quiere comunicar la vida que ofrece, en primer lugar en su Palabra: “el hombre no vive solo de pan, sino de todo lo que sale de la boca de Dios” (Dt 8, 3), luego en su Cuerpo y Sangre: “tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes…” (Lc 22, 19), “y tomando la copa, dio gracias y dijo: Tomen y compártanla entre ustedes” (Lc 22, 17. 20) y también en su Cuerpo que es la comunidad: “Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese cuerpo” (1 Cor 12, 27), en la feliz y anhelante espera del banquete celestial.
Por René Rebolledo Salinas, Arzobispo de La Serena