El Padre Alberione nuestro Fundador tenía muy claro dos cosas:
1.- “La Biblia, es la carta de Dios a sus hijos”, por tal motivo, quería que el primer libro impreso que tuviéramos fuera la Sagrada Escritura, para leerla, amarla, meditarla, orarla y sin lugar a duda, llevarla a las familias.
Más de una vez hemos escuchado “nadie da lo que no tiene”. Es tarea primordial y esencial de cada miembro de la Familia Paulia tener consigo la Palabra de Dios; no como un bonito libro con canto dorado y decorando la sala de nuestras comunidades-casas, sino en primer lugar tenerlo propio dentro del corazón y llevarlo siempre en procesión de un lugar a otro como lo hizo María Santísima desde la Encarnación hasta la Asunción, como lo hicieron los discípulos y apóstoles desde su primera misión hasta que fueron llamados al paraíso; como lo hicieron los padres de la Iglesia y todos aquellos cristianos convencidos del tesoro que llevaban en su corazón; como los hicieron nuestros primeros hermanos y hermanas de las primeras horas hasta nuestros días.
La sagrada Escritura, no nació o fue inspirada por el Espíritu Santo para ser parte de una decoración, fue Inspirada para ser leída, contemplada, orada, meditada, vivida y llevada hasta los últimos rincones de la tierra (Mc 16, 9-15); de ahí la tarea esencial que tenemos como paulinos de todos los tiempos. Para cumplir con tal cometido, contamos con dos grandes momentos (La Palabra proclamada y meditada durante la Eucaristía, y la Palabra proclamada y meditada durante la Adoración Eucarística), de tal manera que de ella nos vienen las inspiraciones para aprender a caminar como Familia, como hermanos, como hijos del mismo Padre.
La sinodalidad comienza en el encuentro profundo personal y comunitario con la Palabra; del encuentro con ella nos vienen las mociones para caminar por las mismas vías marcadas por el Espíritu Santo en los diversos momentos de la Historia Salvífica. Del encuentro personal con la Palabra nos vienen las mociones para salir al encuentro de la humanidad que clama: Jesús Hijo de David ten compasión de mí” (Lc 18, 35-43)… pero, sólo saldremos al encuentro de esta humanidad ciega y lastimada, si verdaderamente portamos en nosotros la Palabra; si dejamos de verla como un libro decorativo y la hacemos nuestra.
2.- Una Biblia por familia: “Lampara es tu Palabra para mis pasos, Señor, luz en mi sendero” (Sal 118).
En primer lugar, es necesario tener claro que somos una Familia querida por el Maestro Divino en la Iglesia, con la misión de ser luz y sal para el mundo. Pero, no podremos ser sal y luz, si no nos vemos y vivimos como esa grande familia; y nuestro “SER” familia se alimenta en la fuente-banquete de la Palabra (Mt 12, 46-50). A pesar de estar dispersos por el mundo acudimos al mismo banquete, a distintos horarios, pero el alimento es el mismo para todos: “estos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan y practican la Palabra de Dios”. Caminar en sinodalidad, significa dejarse permear por la Palabra, dejar que ella nos haga familia, dejar que ella nos forme como familia, dejar que ella nos acompañe como familia, dejar que ella nos mueva como familia, dejar que ella nos alimente como familia, dejar que ella nos lance como familia a comunicar la Buena Nueva escuchada y experimentada.
En segundo lugar, comunicar la belleza y la grandeza de la Palabra que puso su morada entre nosotros, que quiso habitar en el corazón de cada ser humano, de cada familia para ser “lámpara” que alumbre la vida y el caminar de cada uno de los hijos de Dios. Frente a la oscuridad que provocan las estructuras del pecado en medio de la humanidad, la Palabra de Dios es la Luz Verdadera que ilumina el caminar para evitar que la oscuridad envuelva los corazones.
Si nos alimentamos cotidianamente de la Palabra, entonces podremos comunicar la experiencia que vivimos mientras ésta es proclamada y meditada. Es la Palabra la que nos hace caminar juntos, la que nos hace actuar juntos, la que nos hace vivir juntos la misión paulina.
Si nos convencemos de la fuerza de la Palabra, que genera vida en nosotros, que nos genera como comunidad, que genera en nosotros las mociones para la misión; si nos convencemos de que la Palabra es y será siempre la Lámpara que alumbra nuestra vida y la misión, entonces saldremos al encuentro de nuestros destinatarios para llevarles la misma Palabra presente en la Sagrada Escritura y en cada uno de los frutos apostólicos que se desprenden del encuentro personal y comunitario con ella.
Escuchar la Palabra para caminar juntos, significa pues, pedir la gracia del silencio contemplativo; pedir la gracia de la escucha atenta a la Palabra; pedir la gracia de la apertura a la Palabra que nos habla a través de los signos de los tiempos; pedir la gracia de ponerse delante de ella con gran reverencia, docilidad, sencillez y disponibilidad para que actúe en nuestra vida.
Horacio Sánchez Soto, SSP
Publicado originalmente en www.paulus.net