Nos preparamos a la eucaristía de hoy con un solemne acto de fe: “En tu poder Señor, está todo; nadie puede resistir a tu decisión. Tú creaste el cielo y la tierra y las maravillas todas que hay bajo el cielo. Tú eres dueño del universo” (Libro de Ester).
Entre los pecados que nos aquejan, queremos pedir perdón hoy por las rebeliones a la voluntad de Dios, conocida pero no aceptada en nuestra vida: por habernos puesto fuera de su proyecto.
La colecta de hoy nos ayuda a suplicar la misericordia de Dios que va más allá de lo que nosotros nos atrevemos a pedir.
El texto del evangelio contiene una doble enseñanza. Primero: si nuestra fe es verdadera mueve las montañas; segundo: cuando hayamos cumplido nuestro deber, reconozcamos que somos servidores inútiles.
El pan y el vino que ofrecemos, fruto de muchos granos, fruto de una buena tierra y de la fatiga humana, llegue a ser signo, por nuestro amor, de la unidad de la familia humana.
Unidos a Cristo, meditamos la reflexión de san Pablo: “Uno solo es el pan, y nosotros, aun siendo muchos, somos un solo cuerpo, porque todos compartimos un único pan y un único cáliz” (1 Cor 10, 17).
Con nuestro testimonio de auténticos cristianos, vayamos a comunicar a todos: Dios existe, vive y se nos ha revelado como Padre misericordioso en Jesucristo.