Leccionario Santoral: Gál 6, 14-18; Sal 15, 1-2. 5. 7-8. 11; Mt 11, 25-30.
Lectura del libro de Nehemías.
En el mes de Nisán, el vigésimo año del reinado de Artajerjes, siendo yo el encargado del vino, lo tomé y se lo ofrecí al rey. Como nunca había estado triste en su presencia, el rey me preguntó: «¿Por qué tienes esa cara tan triste? Tú no estás enfermo. Seguramente hay algo que te aflige». Yo experimenté una gran turbación, y dije al rey: «¡Viva el rey para siempre! ¿Cómo no voy a estar con la cara triste, si la ciudad donde están las tumbas de mis padres se encuentra en ruinas y sus puertas han sido consumidas por el fuego?». El rey me dijo: «¿Qué es lo que quieres?». Yo me encomendé al Dios del cielo, y le respondí: «Si es del agrado del rey y tú estás contento con tu servidor, envíame a Judá, a la ciudad donde están las tumbas de mis padres, para que yo las reconstruya». El rey, que tenía a la reina sentada a su lado, me dijo: «¿Cuánto tiempo durará tu viaje y cuándo estarás de regreso?». Al rey le pareció bien autorizar mi partida, y yo le fijé un plazo. Luego dije al rey: «Si el rey lo considera conveniente, se me podrían dar cartas para los gobernadores del otro lado del Éufrates, a fin de que me faciliten el viaje a Judá. También podrían darme una carta para Asaf, el supervisor de los parques del rey, a fin de que me provea de madera para armar las puertas de la ciudadela del Templo, para las murallas de la ciudad y para la casa donde voy a vivir». El rey me concedió todo eso, porque la mano bondadosa de mi Dios estaba sobre mí. Palabra de Dios.
Comentario: Nehemías, un laico de la época, recibe la autorización del rey para ir hacia Jerusalén y reconstruir sus puertas y murallas. En su cometido, Nehemías encontrará resistencias, sobre todo de las autoridades samaritanas, pero eso no provocará que decaiga su ánimo, ya que contagiará a sus compatriotas en la propia «reconstrucción».
R. ¡Que no me olvide de ti, Ciudad de Dios!
Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sión. En los sauces de las orillas teníamos colgadas nuestras cítaras. R.
Allí nuestros carceleros nos pedían cantos, y nuestros opresores, alegría: «¡Canten para nosotros un canto de Sión!». R.
¿Cómo podíamos cantar un canto del Señor en tierra extranjera? Si me olvidara de ti, Jerusalén, que se paralice mi mano derecha. R.
Que la lengua se me pegue al paladar si no me acordara de ti, si no pusiera a Jerusalén por encima de todas mis alegrías. R.
Aleluia. Considero todas las cosas como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a Él. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!». Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». Y dijo a otro: «Sígueme». Él respondió: «Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre». Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios». Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos». Jesús le respondió: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás no sirve para el Reino de Dios». Palabra del Señor.
Comentario: ¿Qué tendría Cristo para atraer a las multitudes? Nada más ni nada menos que «dar a conocer el amor de Dios a los hombres». Ésta fue su arma para que muchos trataran de seguirlo como ideal de vida. Sin duda que el llamado de Cristo es exigente: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás no sirve para el Reino de Dios». Son duras las palabras de Jesús, pero al mismo tiempo otorgan una paz y felicidad inmensas en quien está «disponible», porque sabe que ha sido Dios mismo quien lo ha llamado. En este sentido, no todos aceptan el llamado con generosidad, porque al sentir el precio que deben pagar, muchos lo dejan.