Se cumplen 60 años de la aprobación del decreto Inter Mirifica y con él la invitación para comprender la fuerza, el sentido y la oficialidad del decreto del Concilio Vaticano II, sobre los medios de comunicación social relacionados definitivamente, con el apostolado de la comunicación en la Iglesia; en particular con las congregaciones religiosas, como las de la Familia Paulina, al centro de cuya misión están los carismas de “vivir y dar al mundo a Cristo”, comunicador del Padre.
De los 16 documentos del Concilio es el segundo aprobado, sólo después de Sacrosantum Concilium en la misma fecha, el 4 de diciembre de 1963, hace 60 años. En la última votación para su aprobación definitiva de los 2,124 padres conciliares, 1,960 dieron su placet, mientras que 164 votaron en contra. Lo que en nuestros tiempos democráticos podría parecer un triunfo aplastante, en donde los triunfos políticos se ganan con menos proporción, significó, para el camino de la Iglesia en su relación con los medios, una nueva etapa marcada por la contradicción y una modesta recepción del documento conciliar en la vida de la Iglesia.
La historia moderna de la relación entre la Iglesia y los medios de comunicación estuvo marcada por etapas que expresaban el rechazo o la franca condena, la sospecha, o la aceptación y, recientemente, la urgencia para incorporarlos al trabajo evangelizador. El contexto que acompañó la realización del Concilio Vaticano II, desde el punto de vista del interés de la jerarquía católica por los medios de comunicación, tampoco favoreció la recepción de lo que sería una Constitución sobre los medios que, finalmente, quedó reducida a un decreto[1].
De tal manera que esta relación difícil y un contexto eclesial poco receptivo a la revolución mediática que se avecinaba, marcó también a Inter Mirifica desde antes de su nacimiento, y su promulgación estuvo a punto de naufragar. En un principio se pensó elaborar una Constitución integrada por seis apartados y con anexos canónicos de condena. Valorada por la Comisión Central Preparatoria del Concilio, y después de algunas enmiendas, se propuso para ser discutida en Aula en presencia del Papa bajo el título: Esquema de la Constitución sobre los Instrumentos de la Comunicación Social[2]. La estructura del texto estaba formada por 4 capítulos y un total de 114 números. Fue aprobada por 2,138 placet y 15 non placet[3]. Sin embargo, la X Comisión conciliar (para el apostolado de los laicos), quedó como responsable de revisar la redacción definitiva de la Constitución y reducirla a lo esencial. Se eliminaron así dos tercios del texto original, lo cual sin duda fue un exceso, con un impacto directo sobre la aprobación y recepción del decreto sobre los “maravillosos” medios de la comunicación social. Ante la sorpresiva reducción y la creciente oposición al documento, la Comisión Central podía decidir no presentarlo para su aprobación final; sin embargo, fue la voluntad directa del papa Juan XXIII quien decidió que fuera presentado para su aprobación final.
Todavía la víspera de la aprobación definitiva del decreto circuló en la Plaza de San Pedro, y en la misma Aula conciliar, un volante que con tonos alarmantes decía:
¡Urgente! Venerables Padres: habiendo leído una vez más el esquema De mediis communicationis socialis antes de las votaciones definitivas, muchos Padres juzgan un texto indigno de un decreto conciliar. Los Padres piden se reflexione y se vote non placet. De hecho, el decreto defrauda las expectativas de los cristianos, especialmente de los competentes en la materia. Si fuera promulgado como decreto, perjudicaría el honor del Concilio[4].
Dentro del desarrollo del Magisterio sobre la enseñanza católica sobre los medios de comunicación más importantes, y anteriores a Inter Mirifica, podemos destacar sin duda: El film ideal (1955) y la Encíclica Miranda prorsus (1957), de Pío XII[5]. El primer texto alentaba los trabajos de los católicos norteamericanos en los campos de la clasificación de películas y el activismo a favor o en contra de las películas que se acercaban o se alejaban de los valores fuertes del cristianismo. Por su parte, la Miranda prorsus exponía con claridad el concepto de comunicación referido a los tres grandes medios de comunicación existentes en ese momento; proponía una serie de principios cristianos que deberían regular la difusión de los contenidos mediáticos y reclamaba sobre la necesidad de contar con una opinión pública madura e informada.
Incluso con las incomprensiones y las peores interpretaciones, Inter Mirifica significó para todos aquellos católicos que, desde principios del 1900 trabajaban en los medios de comunicación, que “La Santa Sede, el Episcopado, los religiosos y el clero secular, los laicos y todos los fieles han de interesarse por la prensa, el cine, la radio, la televisión y similares: en muchos documentos pontificios esto se menciona, ocasional y expresamente. Pero, ahora ha sido discutido, aclarado, definido por el Concilio Ecuménico Vaticano II, en representación de toda la Iglesia, en presencia del Papa que aprobó, decretó, estableció…”[6]. Quienes trabajan en el apostolado de la comunicación social captaron la oficialidad, la preocupación y la urgente necesidad de incrementar la comprensión, la producción, la difusión y la interacción con los destinatarios de la comunicación dado que una revolución cultural estaba interpelando a los creyentes en Jesucristo.
Sin embargo, es un hecho que ante el clima de insatisfacción que dejó el proceso de redacción, la aprobación del documento y la votación final, el mismo Inter Mirifica solicitaba que se preparara otro texto que viniera a clarificar mejor:
Ese otro texto será la Instrucción pastoral Communio et Progressio (1971), preparada por mandato especial del Concilio Vaticano II y que se convertirá verdaderamente en una respuesta a los tres principales interrogantes que se consideraban una carencia del decreto Inter Mirifica y que se convertirá en la Carta Magna de la Iglesia Católica sobre la comunicación social.
La inconformidad que dejó el decreto Inter Mirifica y la rápida sucesión de documentos que aceptaron el mandato de profundizar, pero no aplicar, el decreto sobre las comunicaciones sociales, acabó por darle vida e incluso mejoró las perspectivas del decreto y de la entera comunicación de la Iglesia. Lo que pareció una propuesta demasiado general, considerando que las mismas ciencias de la comunicación estaban desarrollándose y que los modelos de análisis estaban profundizándose; además de que no existía una teología de la comunicación que, incluso en nuestro tiempo, los constructos teóricos sobre la teología de la comunicación no dejan a todos satisfechos, favoreció el que la Iglesia no renunciara a la profundización de una comprensión antropológica de los medios y de la misma comunicación. La misma falta de una teología de la comunicación, centrada en el modelo de la imprenta libresca y doctrinal, se fue abriendo a los lenguajes más vivos, tangibles y cotidianos que los mismos medios estaban produciendo aceleradamente.
La estructura del texto sigue el siguiente orden: (2 + 10 + 10 + 2), es decir, está compuesto de 24 artículos o numerales. Dos números se dedican a la Introducción, 20 números se dedican a los dos Capítulos que ocupan la mayor parte del contenido y finalmente la sección de Cláusulas se integra de dos números. En la Introducción se presenta a los medios como dones de Dios: “maravillosos inventos”, que “la inteligencia humana perfecciona” y si se usan rectamente propagan el Reino de Dios.
El primer capítulo se refiere al derecho originario de la Iglesia para utilizar los medios de comunicación en su tarea evangelizadora y subraya a los medios como espacios para el desempeño de los laicos, respeta la naturaleza de cada medio y llama a cuidar los principios morales, la frontera entre la fe y el arte, y el crecimiento de la Opinión Pública.
El capítulo segundo se concentra en indicar la urgencia de incorporar a los medios de comunicación en todas las obras de apostolado, en el cuidado de la predicación, fomentar el uso de todos los medios: prensa, cine, radio y televisión, formación integral (fe y medios) de todos los agentes de la evangelización; apoyar económicamente los proyectos católicos de comunicación; la institución de la Jornada Mundial para las Comunicaciones Sociales y de los organismos eclesiales competentes para la comunicación. Las Cláusulas se refieren a preparar una Instrucción Pastoral sobre los medios, y hace un llamado a adherirse con generoso obsequio al apostolado de la comunicación social.
La relación entre los medios y la Iglesia arrastraba una serie de prejuicios y rigideces doctrinales y culturales que pesaban como una losa. Había mucho espacio entre “los maravillosos medios” y el paso a su incorporación completa en la vida de la Iglesia. No tenía sentido ceder a la maravilla, ni a sus muchos prodigios, si no se podía hacer un uso pastoral, pedagógico, parenético y litúrgico.
Desde 1900, a poco tiempo de la invención del cine, se proyectaron algunas películas en iglesias católicas y protestantes; pero en 1912 la Congregación consistorial “prohibió absolutamente” tales proyecciones[7]. Sin embargo, la prohibición, reiterada en 1958, se fundará en lo impropio del uso de las iglesias como salas para espectáculos, aunque sea con fines educativos e incluso catequísticos.
En esos años ni siquiera se pensaba en la posibilidad de secuencias fílmicas (todavía inexistentes) ideadas y producidas expresamente en función de la liturgia, en analogía con las vidrieras historiadas de grandes iglesias o basílicas o el rollo iluminado del Exsultet en otros siglos. Si en la primera prohibición hubo también cierta prevención contra el uso de instrumentos técnicos en cuanto “no naturales”, tal prevención hoy está ciertamente superada, con tal que no se trate de sustituir, en el ámbito de la oración común, la presencia personal con aparatos transmisores.
Hasta los años 80’, además del uso de amplificadores, se admitió el uso de la radio en la iglesia, “con tal que sea fuera de las acciones litúrgicas y de los ejercicios de piedad… para escuchar la voz del papa, del obispo local o de otros oradores sagrados; y también para enseñar la doctrina cristiana, el canto sagrado o bien cantos religiosos populares a los fieles, así como para dirigir y apoyar el canto de los fieles en las procesiones fuera de la Iglesia”[8]. Con ocasión de la visita del papa Juan Pablo II a España, en octubre de 1982, se usaron también grandes pantallas en la concentración de los jóvenes en el estadio Santiago Bernabeu para que participaran mejor en la celebración habían podido entrar en el estadio.
El mejor servicio que han prestado los medios de comunicación a la participación litúrgica ha sido el de hacer ver y oír -desde la ceremonia de apertura del Concilio mismo en adelante – a millones de personas (que de lo contrario no habrían tenido nunca la posibilidad de apreciar personalmente), por medio de imágenes a menudo de extraordinaria belleza, a la celebración de algunos momentos claves de la vida eclesial que ponen por obra la reforma litúrgica misma y la participación de los fieles en la liturgia y otros eventos de trascendencia para la fe.
Inter Mirifica puede ser considerada como la fe de bautizo o el acta de nacimiento de verdaderos apóstoles en una misión que reclama, por un lado, un crecimiento de la fe en Cristo Maestro, una maduración de la propia personalidad hecha carácter firme y afable, una apertura a la dimensión comunitaria de la fe y por el otro lado, el desarrollo de las competencias comunicativas, la profesionalización del trabajo comunicacional, así como la adecuación de los propios medios y lenguajes.
Rafael González Beltrán, ssp.
(Publicado originalmente en www.paulus.net).
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[1] El papa Pío XII realizó, en 1948, una consulta internacional con la idea de retomar el Vaticano I; de los 9,348 consultados, sólo 18 se refirieron a que el tema de los medios de comunicación pudiera ser incluido en los posibles trabajos.
[2] El primer borrador se redactó incluyendo seis esquemas y así se llegó a la Constitución; para Inter Mirifica se prepararon 70 borradores, pero sólo nueve estaban preparados para la aprobación final.
[3] Enrico Baragli, L’Inter mirifica. Introduzione -storia – discussione – commento – documentazione, Roma, Studio Romano de la Comunicazione Sociale, 1969, 128.
[4] Enrico Baragli, L’Inter mirifica. Introduzione, p. 159.
[5] El papa Pío XII debe ser reconocido en la teoría y sobre todo en la práctica como un visionario del apostolado de la comunicación: en la radio, en el cine, en la televisión.
[6] Enrico Baragli, Don Alberione a la luz de Inter Mirifica, L’Osservatore Romano, 29-30 de Noviembre, 1971.
[7] La película ¿Quo vadis? de Enrico Guazzoni, 1913, basada en la novela homónima de 1896 escrita por Henryk Sienkiewicz, uno de los primeros éxitos de taquilla en la historia del cine. Italia pudo permitirse estructuras arquitectónicas dignas de un pequeño cine casi desde el nacimiento del cinematógrafo. Tanto en la ciudad, como en los pequeños pueblos, se utilizaron espacios de antiguos palacios, antiguos teatros y principalmente salones parroquiales o en salas cercanas a la iglesia. Su difusión fue tan grande que inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial la mitad de los cines de Italia (alrededor de 1200) estában formados por salas parroquiales hasta llegar a 7,500 antes de la gran crisis del cine en los años 80’ en propiedad de la Iglesia. Se inscribe aquí el enorme trabajo cinematográfico de San Paolo Film: desde la pionería y originalidad en la realización, como en la conquista de premios en Festivales internacionales, sin dejar fuera la incorporación de magníficos directores y una red de difusión internacional.
[8] Diccionario Enciclopédico de Biblia y teología consultado: México, 12 de junio de 2023. https://www.biblia.work/diccionarios/mass-media-2/. La Iglesia latinoamericana ha promovido el uso de discos y casetes desde finales de los 70 aún en las celebraciones litúrgicas, como fue el caso de SERPAL. Otro sendero de comunicación en la Iglesia lo representaron los llamados “Medios grupales”, los mayores organismos católicos responsables de las comunicaciones sociales (OCIC y UNDA), que se comprometieron en la promoción de su uso. Se desarrolló un método propio de análisis comunicacional en contraste con los grandes medios de comunicación. Tales ejercicios encajan mayormente en el ámbito paralitúrgico: vigilias bíblicas, celebraciones penitenciales, procesiones, peregrinaciones, encuentros ecuménicos, etc. En efecto, los experimentos realizados con medios grupales y también electrónicos han tenido resultados interesantes.