En este último domingo de septiembre celebra la comunidad cristiana el 25° del tiempo Ordinario. Rezamos hoy especialmente por nuestra Patria en este Día de Oración por Chile, encomendando los desafíos que tenemos como país a Nuestra Señora del Carmen, Madre y Reina de Chile. En las celebraciones eucarísticas de este día tendremos presente también que el sábado 30 finaliza el Mes de la Palabra, que estamos viviendo a nivel nacional bajo el lema: “Anunciar a Jesucristo caminando juntos”. Se leerán lecturas bellas y profundas, que ofrecen numerosas perspectivas, según la virtualidad de la Palabra de Dios. Los textos bíblicos son los siguientes: Isaías 55,6-9; Salmo 144, 2-3.8-9.17-18; de la Carta a los Filipenses 1, 20-26 y se proclamará el Evangelio de Mateo 19, 30-20, 16.
El Evangelio es la Parábola de los Jornaleros de la Viña. Comienza con las invitaciones que hace un hacendado a diversos jornaleros para trabajar en su viña, a unos por la mañana, a otros a media mañana, también al mediodía, a media tarde y al caer la tarde. Se denota que con los contratados por la mañana cerró trato en un denario al día. Lo interesante de la parábola es que “al anochecer, el dueño de la viña dijo al capataz: reúne a los trabajadores y págales su jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros” (v 8). Los que habían trabajado toda la jornada reaccionan quejándose contra el hacendado, pues recibieron lo mismo que quienes trabajaron mucho menos: “Cuando llegaron los primeros, esperaban recibir más; pero también ellos recibieron la misma paga. Al recibirlo, se quejaron contra el hacendado: estos últimos han trabajado una hora y les has pagado igual que a nosotros, que hemos soportado la fatiga y el calor del día” (vv 10-12). La respuesta del hacendado es desconcertarte: “Amigo, no estoy siendo injusto; ¿no habíamos cerrado trato en un denario? Entonces toma lo tuyo y vete. Que yo quiero dar al último lo mismo que a ti. ¿O no puedo yo disponer de mis bienes como me parezca? ¿Por qué tomas a mal que yo sea generoso?” (vv 13-15). El mensaje está centrado en la afirmación: “Así los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos” (v 16).
Está claro que el dueño de la viña no puede ser sino Dios, ilimitado en su Amor al punto de ser, muchas veces incomprensible para la mente humana. Dios, que abre su corazón amoroso a todos los que quieran acceder a Él, sin distinción ni limitación alguna de su parte, más allá de la verdad. Dios que, en ese Amor infinito, no diferencia entre los que llegaron a Él tempranamente y aquellos que lo hicieron en la hora última… a todos da el mismo trato, su amor inconmensurable. Dios que es capaz de acoger a aquel que se alejó de su lado, por cualquier motivo, pero que regresa arrepentido como el hijo pródigo… el buen padre hará fiesta por él. Dios, que ha entregado a Su Hijo Unigénito en sacrificio, para abrirnos el camino que nos permitirá llegar hasta Él.
Algunos de estos pensamientos escribí coincidentemente para las Fiestas Patrias de 2011, con la conclusión: Dios nos está llamando desde el Evangelio para que confiemos en Sus caminos y razonamientos y no en los nuestros, porque Su misericordia supera incluso nuestras rigideces e intransigencias, semejantes a las de aquel, de los primeros trabajadores, que protestan por recibir el mismo salario de los últimos.
El sentimiento, que muestra ese hombre en sus palabras, es la envidia, envidia que hoy es cultivada en nuestra sociedad por el fomento de la competencia entre los hombres: ¡El Evangelio nos está diciendo que ésta no es la Patria que Dios quiere!