Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas.
Hermanos: Me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia. En efecto, yo fui constituido ministro de la Iglesia, porque de acuerdo con el plan divino, he sido encargado de llevar a su plenitud entre ustedes la Palabra de Dios, el misterio que estuvo oculto desde toda la eternidad y que ahora Dios quiso manifestar a sus santos. A ellos les ha revelado cuánta riqueza y gloria contiene para los paganos este misterio, que es Cristo entre ustedes, la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a Cristo, exhortando a todos los hombres e instruyéndolos en la verdadera sabiduría, a fin de que todos alcancen su madurez en Cristo. Por esta razón, me fatigo y lucho con la fuerza de Cristo que obra en mí poderosamente. Sí, quiero que sepan qué dura es la lucha que sostengo por ustedes, por los de Laodicea y por tantos otros que no me conocen personalmente. Mi deseo es que se sientan animados y que, unidos estrechamente en el amor, adquieran la plenitud de la inteligencia en toda su riqueza. Así conocerán el misterio de Dios, que es Cristo, en quien están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Palabra de Dios.
Comentario: La carta invita a la comunidad para que, en la medida que donen su vida a Cristo, más unidos estarán a su persona y a su Cuerpo que es la Iglesia. Porque su misión, –como discípulos–, es anunciar a Cristo como Buena Noticia, aconsejar con sabiduría a todos y acompañar en el conocimiento del Señor y en su adhesión a él.
R. ¡Mi salvación y mi gloria están en el Señor!
Sólo en Dios descansa mi alma, de Él me viene la esperanza. Solo Él es mi Roca salvadora, Él es mi baluarte: nunca vacilaré. R.
Confíen en Dios constantemente, ustedes, que son su pueblo, desahoguen en él su corazón, porque Dios es nuestro refugio. R.
Aleluia. “Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen”, dice el Señor. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Un sábado, Jesús entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. Los escribas y los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si sanaba en sábado, porque querían encontrar algo de qué acusarlo. Pero Jesús, conociendo sus intenciones, dijo al hombre que tenía la mano paralizada: “Levántate y quédate de pie delante de todos”. Él se levantó y permaneció de pie. Luego les dijo: “Yo les pregunto: ¿Está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?”. Y dirigiendo una mirada a todos, dijo al hombre: “Extiende tu mano”. Él la extendió y su mano quedó sana. Pero ellos se enfurecieron, y deliberaban entre sí para ver qué podían hacer contra Jesús. Palabra del Señor.
Comentario: El señorío de Jesús por sobre la ley del sábado lo lleva a actuar con total libertad. Lástima que la libertad de Jesús no coincide con la “no-libertad” de sus contemporáneos, que están inmóviles por el rigorismo de una ley que es libertad en esencia, pero que paraliza en su interpretación y práctica. Porque para Jesús nada que no esté en favor de la vida, aunque sea en nombre de Dios, puede “contradecir” la opción por la vida.