La primera mención que se hace en la Sagrada Escritura del Sacramento de la Confirmación es precisamente en la lectura de los Hechos de los Apóstoles que nos presenta la liturgia como primera lectura en este Domingo. El diácono Felipe, evangelizador de Samaria, anunciaba a Cristo, expulsaba demonios y sanaba a los enfermos, es decir, realizaba todas las misiones que el Señor Jesús encargó realizar a sus primeros discípulos cuando los envió a predicar de dos en dos.
Hay que recordar también que Felipe llega a Samaria “arrebatado por el Espíritu”, después de haber bautizado al eunuco que era ministro de la reina Candaces. Pero Felipe, siendo diácono, sólo podía ofrecer a los samaritanos el don sacramental del bautismo en el nombre del Señor Jesús.
Los Apóstoles, al enterarse de las obras que Dios hacía en Samaria por medio de Felipe, envían a Pedro y a Juan para que, orando sobre los nuevos discípulos bautizados, les sea concedida la plenitud del don del Espíritu Santo. Lo hacen a través de un gesto sacramental que permanece vigente hasta nuestros días: la imposición de manos. Éste es un gesto epiclético, es decir, que transmite el Espíritu Santo, santificando y también sanando.
La confirmación viene así a sellar nuestra consagración bautismal, poniéndonos en más íntima relación con los apóstoles y sus sucesores, los obispos, disponiéndonos más fuertemente a la misión de la Iglesia, y sobre todo, dándonos la capacidad de vivir el testimonio de Cristo y del Espíritu Santo. La confirmación, junto con el bautismo y la eucaristía, son llamados sacramentos de la iniciación cristiana. Por eso los cristianos estamos llamados a vivir en plenitud estos tres sacramentos.
Comisión Nacional de Liturgia
Reunidos como Iglesia en torno al altar del sacrificio pascual de Cristo, venimos para escuchar su Palabra, para compartir su mesa, para alimentarnos de su Cuerpo y proclamar y alabar a Dios por las obras que realizó y sigue realizando en medio de nosotros. Por eso iniciemos esta celebración con alegría por la Victoria de Cristo.
La Sagrada Escritura nos muestra este domingo un principio fundamental de nuestra vocación cristiana, la catolicidad, es decir, la universalidad del llamado de Dios a la salvación. Partiendo desde Samaria, el anuncio llega hasta los confines del orbe. Y después de la dispersión que se produjo en Babel, es el Espíritu el que nos hace retornar a todos a la unidad.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles. En aquellos días: Felipe descendió a una ciudad de Samaría y allí predicaba a Cristo. Al oírlo y al ver los milagros que hacía, todos recibían unánimemente las palabras de Felipe. Porque los espíritus impuros, dando grandes gritos, salían de muchos que estaban poseídos, y buen número de paralíticos y lisiados quedaron sanos. Y fue grande la alegría de aquella ciudad. Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que los samaritanos habían recibido la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos, al llegar, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo. Porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. ¡Aclame al Señor toda la tierra!
¡Aclame al Señor toda la tierra! ¡Canten la gloria de su Nombre! Tribútenle una alabanza gloriosa, digan al Señor: “¡Qué admirables son tus obras!” R.
Toda la tierra se postra ante ti, y canta en tu honor, en honor de tu Nombre. Vengan a ver las obras del Señor, las cosas admirables que hizo por los hombres. R.
Él convirtió el mar en tierra firme, a pie atravesaron el río. Por eso, alegrémonos en Él, que gobierna eternamente con su fuerza. R.
Los que temen al Señor, vengan a escuchar, yo les contaré lo que hizo por mí: Bendito sea Dios, que no rechazó mi oración ni apartó de mí su misericordia. R.
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pedro. Queridos hermanos: Glorifiquen en sus corazones a Cristo, el Señor. Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen. Pero háganlo con suavidad y respeto, y con tranquilidad de conciencia. Así se avergonzarán todos aquellos que difaman el buen comportamiento que ustedes tienen en Cristo, porque ustedes se comportan como servidores de Cristo. Es preferible sufrir haciendo el bien, si ésta es la voluntad de Dios, que haciendo el mal. Cristo padeció una vez por los pecados –el Justo por los injustos– para que, entregado a la muerte en su carne y vivificado en el Espíritu, los llevara a ustedes a Dios.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluia. “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará e iremos a él”, dice el Señor. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan. Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque Él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco, el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque Yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que Yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y Yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y Yo lo amaré y me manifestaré a él”.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
El Señor nos dice que si le amamos, entonces guardaremos sus mandamientos y él nos dará su Espíritu. ¿Amamos verdaderamente a Dios en el cumplimiento de sus mandamientos, o decimos amarlo sin preocuparnos de cumplir lo que nos pide?
M. Junto con toda la Iglesia, dirijamos a Dios nuestras súplicas, por las necesidades de su pueblo y de todos los hombres.
1.- Por la Iglesia y en especial por los obispos, llamados a gobernar el rebaño que Dios les ha confiado, para que su ministerio pastoral sea fecundo. Roguemos al Señor.
R. Escúchanos, Señor, te rogamos.
2.- Por los que gobiernan las naciones, para que nunca abandonen el trabajo por la paz y el bienestar de todos los hombres, en especial de los más pobres. Roguemos al Señor. R.
3.- Por los que sufren violencia, por los cristianos perseguidos por confesar su fe en Cristo, para que la oración de toda la Iglesia los sostenga en su testimonio. Roguemos al Señor. R.
4.- Por esta comunidad, que reunida en el nombre del Señor, quiere celebrar su misterio pascual, para que el Señor nos fortalezca con el don de su Espíritu. Roguemos al Señor. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Escucha nuestra filial oración y, si es tu voluntad, realiza lo que te pedimos movidos por la fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. Señor, a ti, que has prometido no dejarnos desamparados, y que has profetizado tu retorno glorioso, te alabamos, diciendo:
R. Envía, Señor, el Espíritu de la verdad.
1.- Porque has querido prometernos el envío de otro Defensor,
que esté siempre con nosotros. R.
2.- Porque has querido que te veamos a pesar que el mundo no pueda verte. R.
3.- Porque nos has amado y te has revelado a nosotros en tu infinito amor. R.
M. Gracias por no dejarnos huérfanos, sino que por el Espíritu has querido hacernos hijos en Cristo, por eso acudimos a ti, diciendo: Padre nuestro…
Juntos cantando la alegría/ Cristo el Señor Resucitó/ Este es el día, Señor/ Y yo le resucitaré.