La celebración de Pentecostés nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas y los cristianos somos elegidos por Dios y “predestinados para ser conformes a la imagen de su Hijo” (Rom 8, 29). Por tanto, es el Espíritu Santo, junto con nuestra humilde y generosa colaboración, los que nos llevarán a configurarnos cada día más con Jesucristo. Sin duda, que es un camino largo y apasionante, pero para llegar a la meta, contamos, en todo momento con el apoyo y compañía de un maestro, un guía: la fuerza trasformadora del Espíritu. Por eso que no es presunción aspirar a asemejarnos a Jesús, al punto de decir con San Pablo: “ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). Porque la única meta tuya y mía es la santidad. Sentimos nuestra pequeñez, debilidad e inconstancia, eso puede detenernos o llevarnos por el camino de la resignación o el conformismo. Por ello el Padre Dios, junto con Jesús, nos envían el Santificador, quien nos trae la verdad plena (Jn 16,3) y nos conmina a la identificación total con Cristo.
La obra del Espíritu es guiarnos y fortalecernos en nuestro caminar; por eso es muy importante “colaborar” con Él. ¿Cómo? Escuchándolo, siendo dóciles a su voz, siguiendo sus inspiraciones, luces y abriéndonos a su acción. Esto requiere estar muy atentos a su voz, alejarnos de todo aquello que nos impida oírlo, ponernos en camino, cortar amarras y pecados que detienen y entorpecen nuestra respuesta.
Tomemos como nuestra las palabras del profeta Jeremías: “¡Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo y me venciste”. (Jer 20, 7-11). Probablemente todo nuestro proceso espiritual se entiende, se realiza o fracasa a la luz de esta bellísima confesión del profeta: dejarnos seducir por Dios. Recordemos, que el demonio también es un “maestro” interior, pero él “atornilla al revés”, quiere que resistamos y dificultemos la acción santificadora del Espíritu Santo. Nos da mil “razones”, motivos y excusas para no escucharlo y menos seguirlo. Hemos de aprender a discernir qué voces son de Dios y cuáles del demonio para no poner “resistencia” a las mociones del Maestro interior. Porque sólo la luz del Espíritu y nuestra humildad nos mostrarán siempre, y sin error la voluntad de Dios para mi vida.
NO ESTAMOS SOLOS, EL ESPÍRITU SANTO CONSOLADOR NOS ASISTE
Desde los inicios de la Iglesia, los cristianos han invocado privada y comunitariamente al Espíritu Santo como fuerza salvadora y transformadora, como luz y consuelo. Sólo él puede tocar y transformar nuestro corazón, sanar nuestros miedos y heridas. Tomemos por costumbre invocarlo diariamente, y muchas veces en el día: “Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en nosotros el fuego de tu amor”. Que no sean solo palabras, pongamos en esta invocación nuestra alma y sincero deseo de ser auxiliados y renovados por su presencia y acción. En efecto, un signo o síntoma claro de la presencia del Espíritu Santo es la unidad y buena convivencia al interior de la comunidad cristiana, familia y sociedad. Donde él está no hay divisiones ni rivalidades. Hay búsqueda comunitaria de la verdad y de la voluntad de Dios. Sólo la acción del Espíritu pueden llevar a la vida el íntimo y ardiente deseo de Jesucristo: “para que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste”. (Jn 17, 21).
Aquella presencia activa guía a los cristianos con suavidad y delicadeza. Él no nos obliga ni se impone, Él nos invita a seguirle y nos anima a caminar. Además, no nos reprende por nuestras faltas, sino que nos hace ver el amor del Padre y ¡cuántas cosas! podemos cambiar para ser mejores discípulos de Cristo. Por esta razón, su misión es vivificarnos, no estresarnos. Los que son guiados por el Espíritu siguen a Jesús con paso decidido, pero no con ansiedad y agobio. Él es nuestro abogado y defensor.
Los que caminan movidos por el Espíritu no conocen el cansancio, ni se les hace pesado vivir el evangelio; más bien, se dejan conducir y descansan en él. Porque, todo aquello que parece imposible de superar o abrazar, es posible y fácil en la vida de aquellos que toman como maestro y guía al Espíritu de Dios.
Así lo entendió, la Santísima Virgen, que, ─como templo y sagrario del Espíritu Santo─, las cosas difíciles las asumió con responsabilidad, amor y aceptó el proyecto de Dios en ella. Como creyentes, acudamos a nuestra Madre del cielo, y junto a ella, aprendamos a decir “SÍ” a la voluntad de Dios. Ella fue llena del Espíritu Santo y en torno a ella los Apóstoles recibieron la efusión del Espíritu que cambió definitivamente sus corazones y los convirtió en verdaderos Apóstoles de Cristo.
Deseándoles un hermoso y bendecido Pentecostés, les salida en el Señor.
2 Comments
Un gran aporte, para preparar Pentecostes muy buen tema para meditar y hacer oración gracias
Bien decía Santa Teresa de Calcuta: “Dios no nos pide ser felices; nos pide ser santos”. Gracias padre José Antonio por recordarnos nuestra meta como hijos de Dios: ser como Jesús, ser santos. Que éste Pentecostés sea oportunidad de escuchar con humildad a nuestro Maestro Interior.