La Iglesia naciente, que acababa de vivir el misterio pascual de Cristo, es una comunidad que vive unida en el Espíritu, pero que también tiene necesidades materiales, de administración, de caridad. Los Apóstoles, primeros responsables de todo el quehacer de la comunidad cristiana se encuentran ante la imposibilidad de poder responder bien a todos, celebrando los misterios, anunciando la Palabra, siendo testigos del Resucitado, y además distribuyendo los dones de la caridad para con los pobres. Es la limitación de la humana naturaleza de la cual Dios quiso servirse para extender la Buena Noticia.
Por eso, para no descuidar su tarea primaria, que es anuncia la Palabra de Dios, por unánime acuerdo deciden instituir un ministerio que les sirva de ayuda en su tarea, en especial la tarea de la administración de la caridad. Ante una necesidad en la cual se ven superados, no dudan en crear algo nuevo, que ayude al desarrollo de su misión, y que les permita dar prioridad a aquello que lo tiene.
Los elegidos para este ministerio son hombres llenos de fe y de Espíritu Santo. Porque las tareas de la administración de la caridad necesitan tanto más el don de la fe y la presencia del Espíritu Santo. El cristiano no puede dividir entre el cuerpo y el alma, dedicándose sólo a una y descuidando la otra. Es en el cuerpo y en el alma que seremos llamados por Dios a participar de su gloria. Por eso el ministerio diaconal, que nació para este servicio concreto, no se quedó sólo en lo material, sino que proporcionó a la Iglesia grandes evangelizadores como san Felipe o grandes testigos de Cristo, como el primer mártir, san Esteban. Es un ministerio que hay que agradecer a Dios, porque hace bien a su Iglesia.
Comisión Nacional de Liturgia
El Señor Resucitado nos ha convocado a vivir en comunidad esta celebración de su misterio pascual. Como al inicio de la vida de la Iglesia, él se presenta en medio de nosotros y nos otorga el soplo de su Espíritu Santo, invitándonos a vivir valientemente nuestra fe.
La palabra de Dios nos invita a profundizar en nuestro conocimiento de Dios, en el conocimiento de Cristo, piedra angular en la que se fundamenta nuestra fe, y que nos hace participar de su vida como raza elegida, nación consagrada y pueblo adquirido por la sangre preciosa del Hijo y su resurrección de entre los muertos.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles. En aquellos días: Como el número de discípulos aumentaba, los helenistas comenzaron a murmurar contra los hebreos porque se desatendía a sus viudas en la distribución diaria de los alimentos. Entonces los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: “No es justo que descuidemos el ministerio de la Palabra de Dios para ocuparnos de servir las mesas. Es preferible, hermanos, que busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encargaremos esta tarea. De esa manera, podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra”. La asamblea aprobó esta propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los Apóstoles, y éstos, después de orar, les impusieron las manos. Así la Palabra de Dios se extendía cada vez más, el número de discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén y mu-chos sacerdotes abrazaban la fe.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. Señor, que descienda tu amor sobre nosotros.
Aclamen, justos, al Señor: es propio de los buenos alabarlo. Alaben al Señor con la cítara, toquen en su honor el arpa de diez cuerdas. R.
Porque la palabra del Señor es recta y Él obra siempre con lealtad; Él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor. R.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pedro. Queridos hermanos: Al acercarse al Señor, la piedra viva, rechazada por los hombres pero elegida y preciosa a los ojos de Dios, también ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo. Porque dice la Escritura: “Yo pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa: el que deposita su confianza en ella, no será confundido”. Por lo tanto, a ustedes, los que creen, les corresponde el honor. En cambio, para los incrédulos, “la piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: piedra de tropiezo y roca de escándalo”. Ellos tropiezan porque no creen en la Palabra: esa es la suerte que les está reservada. Ustedes, en cambio, son “una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido” para anunciar las maravillas de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz. Ustedes, que antes no eran un pueblo, ahora son el Pueblo de Dios; ustedes, que antes no habían obtenido misericordia, ahora la han alcanzado.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluia. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”, dice el Señor. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan. Durante la última cena, Jesús dijo a sus discípulos: “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, ¿les habría dicho a ustedes que voy a prepararles un lugar? Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde Yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy”. Tomás le dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?”. Jesús le respondió: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”. Felipe le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le respondió: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que Yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que Yo hago, y aun mayores, porque Yo me voy al Padre”.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Al conocer a Cristo, conocemos también al Padre. ¿Nos preocupamos por conocer y profundizar cada vez más nuestro conocimiento de Cristo, en la lectura de su Palabra, en su presencia en los sacramentos, en el magisterio de la Iglesia, o simplemente nos contentamos con lo que se nos enseñó de pequeños?
M. En unión con toda la Iglesia, pidamos a Dios por las necesidades del mundo entero, confiando en que siempre nos escucha.
1.- Por la Iglesia, para que pueda llegar a todos los rincones de la Tierra con el anuncio de Cristo Resucitado. Roguemos al Señor.
R. Escúchanos, Señor, te rogamos.
2.- Por los cristianos trabajan en el servicio público, para que fieles a su fe, puedan dar testimonio de ella. Roguemos al Señor. R.
3.- Por los pobres, los encarcelados, los enfermos, por quienes están solos, y por todos los que se encomiendan a nuestras oraciones. Roguemos al Señor. R.
4.- Por nuestra comunidad, para que fortalecida por el don del Espíritu Santo, pueda seguir con fidelidad al Señor Jesús. Roguemos al Señor. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Escucha, Señor nuestra oración y atiende a nuestra súplica. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. Señor, a ti que nos invitas a la casa de tu Padre, te alabamos y bendecimos, diciendo:
R. Señor, muéstranos al Padre.
1.- Porque eres el único camino que nos conduce al Padre. R.
2.- Porque eres la única verdad que nos hará libres. R.
3.- Porque eres la vida verdadera y das vida a quien vive en ti. R.
M. Por eso, para proclamar tu grandeza, elevamos nuestras manos al cielo y oramos con las mismas palabras que Cristo nos enseñó: Padre nuestro…
Aleluya, Vivo Estás/ Y yo le resucitaré/ Quédate conmigo/ Oh Jesús/ Quédate con nosotros.