Con el Miércoles de Ceniza se da inicio a la Cuaresma, el período de cuarenta días en los que la Iglesia nos invita a la conversión.
En la celebración comunitaria de ese día, luego de la homilía, el que preside la celebración impone la ceniza (que se prepara quemando los ramos bendecidos secos del domingo de Ramos del año anterior), en forma de cruz, en la frente o la cabeza de cada feligrés, mientras pronuncia la frase: Conviértete y cree en el Evangelio (Mc 1, 15) o Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás (Gn 3, 19).
Ceniza proviene del latín cinis y señala al producto de la combustión de un elemento material. Como es asociada al polvo, nos recuerda que nuestra vida es pasajera y frágil y que nuestro destino no está en este mundo sino en el Reino de Dios.
En la Tradición bíblica está asociada al arrepentimiento, la penitencia, el duelo y la voluntad de realizar un cambio de vida. En el Antiguo Testamento encontramos una infinidad de casos en los que se la emplea: el pecador es ceniza (Sab 15, 10; Ez 28, 18); sentarse sobre la ceniza (Job 42, 6; Jon 3, 6; Mt 11, 21) y cubrir con ella la cabeza (Jdt 4, 11-15; 9, 1; Ez 27, 30). También se utiliza para expresar la tristeza de quien está abrumado por la desgracia (2Sam 13, 19) y, sobre todo, de quien está afligido por la muerte de un ser querido (Jer 6, 26).
El origen de esta costumbre viene de los egipcios, griegos, árabes e israelitas, entre otros pueblos de oriente. Los judíos rasgan sus vestiduras y se cubren la cabeza con ceniza cuando han pecado o les aflige una pena muy grande. Con este gesto quieren acercarse a Dios a través del arrepentimiento.
Participar de este rito, en el Miércoles de Ceniza, es tomar conciencia de que un día moriremos, lo que implica reflexionar profundamente acerca de nuestras prioridades, nuestra escala de valores y la finalidad de nuestra vida terrena, de la cual no nos llevamos nada, solo el amor que dimos y el que recibimos.
En Jesús, María y Pablo,
El Director