En su última catequesis sobre el discernimiento, el Papa Francisco centró su reflexión en el acompañamiento espiritual, proceso al que definió como una parte fundamental del camino para discernir, en la medida que permite al ser humano mirarse al espejo a través de los ojos de otro y confrontar su vida y sus decisiones con una persona mas preparada en el ámbito de la fe. Sin embargo, esto solo puede ser fructífero en la medida que ambas partes hayan experimentado la filiación y la fraternidad espiritual, y tengan una buena disposición para sea el Espíritu Santo quien guie sus pasos, ayudándolos a conocerse, encontrarse, desenmascarar engaños, confusiones o dudas que impidan seguir al Señor.
¿Por qué es importante la presencia del otro para discernir? Francisco explicó que mirarse en el espejo a solas, no siempre ayuda, porque uno puede fantasear la imagen y quedarse con una imagen parcial o irreal de uno mismo. “En cambio, mirarse al espejo con la ayuda de otro, eso ayuda mucho porque el otro te dice la verdad —cuando es veraz— y así te ayuda”, precisó.
Para el Santo Padre, la gracia de Dios siempre actúa sobre nuestra naturaleza. Por eso, un primer paso para un buen acompañamiento espiritual es darse a conocer sin tener miedo a compartir los aspectos más frágiles de nuestro ser, aquellos en los que nos descubrimos más sensibles, débiles o temerosos de ser juzgados.
“La fragilidad es, en realidad, nuestra verdadera riqueza: somos ricos en fragilidad, todos; la verdadera riqueza, que debemos aprender a respetar y acoger, porque, cuando se la ofrecemos a Dios, nos hace capaces de ternura, de misericordia y de amor. Ay de las personas que no se sienten frágiles: son duras, dictatoriales. En cambio, las personas que reconocen con humildad sus propias fragilidades son más comprensivas con los demás. La fragilidad —diría— nos hace humanos”, explicó.
Francisco manifestó también que la fragilidad es nuestro bien más preciado, al punto que, por ejemplo, la primera de las tres tentaciones de Jesús en el desierto —la relacionada con el hambre— intentaba robarnos nuestra fragilidad, presentándonosla como un mal del que hay que deshacerse, un impedimento para ser como Dios.
“En cambio, es nuestro tesoro más preciado: de hecho, Dios, para hacernos semejantes a Él, quiso compartir hasta el final nuestra propia fragilidad. Miremos el crucifijo: Dios que baja precisamente a la fragilidad. Miremos al pesebre donde llega con una fragilidad humana grande. Él compartió nuestra fragilidad”, precisó.
El Papa luego continuó desarrollando la idea de que el acompañamiento espiritual, si es dócil a la acción del Espíritu Santo debe ayudar a aclarar los malos entendidos que tenemos respecto a la forma en como nos vemos y en la manera en que nos relacionamos con Dios.
“El Evangelio presenta varios ejemplos de conversaciones clarificadoras y liberadoras hechas por Jesús. Pensemos, por ejemplo, en la de la Samaritana, que leemos, leemos, y siempre hay esa sabiduría y ternura de Jesús; pensemos en la que tuvo con Zaqueo, con la mujer pecadora, con Nicodemo y con los discípulos de Emaús: la manera de acercarse del Señor. Las personas que tienen un verdadero encuentro con Jesús no temen abrirle su corazón, presentarle su vulnerabilidad, su propia insuficiencia, su propia fragilidad. De este modo, su compartir se convierte en una experiencia de salvación, de perdón libremente recibido”, dijo.
De este modo, podemos comprender que contar ante otra persona lo que hemos vivido o lo que buscamos ayuda a aportar claridad en nuestro interior, sacando a la luz los muchos pensamientos que nos habitan y que a menudo nos perturban con sus insistentes estribillos.
“Cuántas veces, en momentos oscuros, tenemos pensamientos así: “Lo he hecho todo mal, no valgo nada, nadie me comprende, nunca tendré éxito, estoy destinado al fracaso”, cuántas veces se nos ha ocurrido pensar estas cosas. Pensamientos falsos y venenosos, que la confrontación con el otro ayuda a desenmascarar, para sentirnos amados y estimados por el Señor por lo que somos, capaces de hacer cosas buenas por Él. Descubrimos con sorpresa formas distintas de ver las cosas, signos de bondad que siempre han estado presentes en nosotros”, sostuvo Francisco.
Sin embargo, el Obispo de Roma fue claro al precisa que quien acompaña no debe hacer el trabajo en lugar del acompañado, sino que tiene que caminar a su lado, animándolo a leer lo que se mueve en su corazón, el lugar por excelencia donde habla el Señor.
“El acompañante espiritual es el que te dice: “Muy bien, pero mira aquí, mira aquí”, te llama la atención sobre cosas que pueden estar pasando; te ayuda a comprender mejor los signos de los tiempos, la voz del Señor, la voz del tentador, la voz de las dificultades que no logras superar. Por eso es muy importante no caminar solos”, agregó.
Y para ello existen un requisito: que tanto el acompañante como el acompañado hayan experimentado la filiación y la fraternidad espiritual, en la medida que solo podemos descubrir que somos hijos de Dios cuando aprendemos que somos hermanos, hijos del mismo Padre.
“Como en el relato evangélico del paralítico, a menudo somos sostenidos y curados gracias a la fe de otra persona; que nos ayuda a avanzar, porque todos tenemos a veces parálisis interiores y hace falta alguien que nos ayude a superar ese conflicto con su ayuda. No vamos solos al Señor, recordémoslo; otras veces, somos nosotros quienes asumimos ese compromiso por otro hermano o hermana. Y somos acompañantes para ayudar al otro”, expresó Francisco.
Por lo tanto, sin una experiencia de filiación y fraternidad, el acompañamiento puede dar lugar a expectativas irreales, malentendidos y formas de dependencia que dejan a la persona en un estado infantil. “Acompañamiento, pero como hijos de Dios y hermanos con nosotros”, precisó.
El modelo por excelencia en el arte de discernir y acompañar es la Virgen María. Ella habla poco, escucha mucho y medita en su corazón. Lo hace con humildad, sin considerarse experta o autosuficiente. María, discípula y misionera, nos enseña a no tener miedo, a alabar a Dios en cada circunstancia de nuestra vida y, tal como respondió al Ángel, a “hacer todo lo que Él nos diga”, destacando Francsico las tres actitudes fundamentales de la Madre del Señor: “hablar poco, escuchar mucho y guardar en el corazón”.
“Y las pocas veces que habla, deja huella. Por ejemplo, en el Evangelio de Juan, hay una frase muy breve pronunciada por María que es una consigna para los cristianos de todos los tiempos: «Hagan lo que Él les diga». Hagan lo que Jesús les diga: así es la Virgen. María sabe que el Señor habla al corazón de cada uno, y nos pide que traduzcamos esta palabra en acciones y opciones. Ella supo hacerlo mejor que nadie, y de hecho está presente en los momentos fundamentales de la vida de Jesús, especialmente en la hora suprema de su muerte de cruz”, expresó el Papa.
Finalemente, el Pontífice cerró su ciclo de catequesis recordando a los presentes que el discernimiento es un arte, un arte que se puede aprender y que tiene sus propias reglas. “Si se aprende bien, permite vivir la experiencia espiritual de manera cada vez más bella y ordenada. Ante todo, el discernimiento es un don de Dios, que hay que pedir siempre, sin presumir nunca de experto y autosuficiente. Señor, dame la gracia de discernir en los momentos de la vida, qué tengo que hacer, qué tengo que entender. Dame la gracia de discernir, y dame la persona que me ayude a discernir”, concluyó.