Nuestra Navidad está llena de adornos, símbolos y costumbres traídas desde afuera, especialmente desde el hemisferio norte, en donde en diciembre están en invierno y, generalmente, celebran con nieve y abrigados como esquimales.
En nuestro país, en pleno verano, con altas temperaturas, no tiene lógica que colguemos medias en una chimenea apagada, adornemos un arbolito con nieve artificial y que el Viejo Pascuero esté vestido con traje acolchado, gorro de lana y botas.
Respecto a la comida: con temperaturas bajo cero es recomendable consumir alimentos ricos en calorías, como nueces, castañas, turrones y disfrutar de un pan de pascua de receta alemana (con tres sellos y uno más que diga “adictivo”) acompañado con una taza de chocolate caliente. Nosotros, en esta parte del mundo, deberíamos disfrutar de una cena fría, abundantes ensaladas de verduras surtidas y jugos de frutas.
Lo lamentable de estas celebraciones importadas es la postergación que hacemos de lo central de la fecha: el Nacimiento de Jesús. Al comercializar la Navidad dejamos en segundo o tercer plano lo esencial. Es como si organizáramos una fiesta de cumpleaños y olvidáramos invitar al festejado. Navidad es la fiesta de Jesús y es el gran ausente. Vivamos una Navidad cristiana, en la que Jesús sea el protagonista. En nuestros hogares, armar el Nacimiento es lo único importante como adorno navideño.
Navidad es reencontrarse, abrazarse, perdonarse y pasar unos lindos momentos juntos, algo que la pandemia nos ha impedido en estos últimos años. Si podemos asistir a la Misa del Gallo, tanto mejor. El Niño, recostado en un pesebre, espera que nuestro corazón se llene con el mensaje de Belén: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz.
Que tengan una feliz Navidad, sin mascarilla, con comida en la mesa y toda la familia reunida, y disfrutemos de lo único autóctono y apropiado que tenemos para estas fiestas: un cola de mono bien heladito, preparado por la abuela.
En Jesús, María y Pablo,
El Director