En don Alberione hay espacio para el genio organizador y al mismo tiempo para el místico de alta contemplación. Sabía moverse con libertad entre emprendedores y hombres de negocios, pero tenía claro dónde estaba su prioridad: “En primer lugar santificarse, trabajar intensamente la vida espiritual. El empeño mayor sea dirigido al alma para aumentar el espíritu de fe. Si no, nunca saldrá de la pluma una palabra de Dios, de piedad de fe“. No vacilaba en adoptar en su forma externa el modo de funcionamiento de las organizaciones industriales y comerciales, pero repetía a todos los vientos que su apostolado no es ni industria ni comercio sino trabajo redentor.
De hecho, con mucha sagacidad defiende su proyecto: “No había necesidad de fundar un instituto religioso para hacer industria. No se requieren personas consagradas para hacer comercio”. Por eso, asumir la cultura de la comunicación en un mundo interconectado requiere hoy más que nunca ser místicos y profetas capaces de integrar la Palabra entre tantas palabras, el Evangelio entre tantas noticias, el abrazo de Dios entre tantas redes sociales.
Sólo los místicos y los profetas pueden hacer posible un encuentro con Dios, un apostolado que lleva la mirada universal de san Pablo y la urgencia de “hacer algo” por las nuevas generaciones, hace de este Fundador un profeta del “encuentro”. Allí donde encontrarse en más que cruzar miradas, es donde se instaura una real comunicación que percibe la presencia del otro, que capta sus signos, entiende sus palabras y descubre sus intenciones. El carisma de don Alberione, don de comunicación para Iglesia, es hoy más que nunca de actualidad.
P. Hernando Jaramillo, ssp