Jesús, una vez más, es puesto en entredicho por los saduceos con respecto a la resurrección de los muertos. Los saduceos eran la columna vertebral de un partido influyente que estaba compuesto por la nobleza sacerdotal, empoderada y latifundista de la época. A pesar de ser religiosos, no creían en la resurrección y eran una especie de ateos prácticos, porque profesaban la fe en un dios hecho a sus propios intereses y privilegios. Uno de sus intereses era eliminar a Jesús, considerado una amenaza, y por eso su pregunta de tipo casuística se basó en la ley del levirato (Deut 25, 5-10). Según esta ley, si un hombre moría sin hijos, el pariente más próximo al difunto debía casarse con la viuda y así suscitar descendencia, pues el primer hijo que naciera era considerado como hijo del difunto.
Ante este planteamiento, Jesús esgrime: primero, que el matrimonio es una realidad temporal, natural y necesaria para la prole; segundo, en la resurrección ya no habrá necesidad de una serie de cosas, porque no se trata de una simple prolongación de la vida biológica, puesto que nuestra condición humana será totalmente transformada. En la vida nueva ya no habrá necesidad de casarse ni de relaciones sexuales. Habrá amor, pero no vida sexual. Afirma Jesús: Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y, al ser hijos de la resurrección, son hijos de Dios. Después de la resurrección seremos como ángeles, hijos de Dios, es decir, tendremos una existencia espiritual, aunque con nuestro cuerpo resucitado.
Es cierto que en una sociedad secularizada y atea está el deseo de aferrarse a esta vida terrena, porque no se cree en la resurrección o por tantas otras razones. Pero como creyentes hemos de asumir que la Vida eterna no es una reproducción mejorada y ampliada hasta el infinito de la vida actual, sino que es la plenitud de la vida que recibimos como don de Dios. Y ese “don” es un tesoro que de ninguna manera debemos perder.
“En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan” (Lc 20, 34).
P. Fredy Peña Tobar, ssp
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