Prefacio de pastores.
Leccionario Santoral: Rom 12, 3-13; Sal 88, 2-5. 21-22. 25. 27; Jn 10, 11-16.
LECTURA Flp 3, 17—4, 1
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos.
Hermanos: Sigan mi ejemplo y observen atentamente a los que siguen el ejemplo que yo les he dado. Porque ya les advertí frecuentemente y ahora les repito llorando: hay muchos que se portan como enemigos de la cruz de Cristo. Su fin es la perdición, su dios es el vientre, su gloria está en aquello que los cubre de vergüenza, y no aprecian sino las cosas de la tierra. En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio. Por eso, hermanos míos muy queridos, a quienes tanto deseo ver, ustedes que son mi alegría y mi corona, amados míos, perseveren firmemente en el Señor. Palabra de Dios.
Comentario: San Pablo propone a la comunidad un horizonte sin límites, es decir, la posibilidad de vivir como “ciudadanos del cielo”. Es un anhelo de cómo instaurar el Reino de Dios: un Reino de justicia, de fraternidad y de paz. Sin embargo, para el Apóstol no es únicamente un “anhelo”, sino que es una promesa que se está realizando “aquí y ahora”, por medio de la muerte y la resurrección de Cristo.
SALMO Sal 121, 1-5
R. ¡Vamos con alegría a la Casa del Señor!
¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la Casa del Señor»! Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén. R.
Jerusalén, que fuiste construida como ciudad bien compacta y armoniosa. Allí suben las tribus, las tribus del Señor. R.
Según es norma en Israel, para celebrar el Nombre del Señor. Porque allí está el trono de la justicia, el trono de la casa de David. R.
ALELUIA 1Jn 2, 5
Aleluia. El amor de Dios ha llegado a su plenitud, en aquél que cumple la palabra de Cristo. Aleluia.
EVANGELIO Lc 16, 1-8
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Jesús decía a sus discípulos: Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: «¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto». El administrador pensó entonces: «¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!». Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: «¿Cuánto debes a mi señor?». «Veinte barriles de aceite», le respondió. El administrador le dijo: «Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez». Después preguntó a otro: «Y tú, ¿cuánto debes?». «Cuatrocientos quintales de trigo», le respondió. El administrador le dijo: «Toma tu recibo y anota trescientos». Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz. Palabra del Señor.
Comentario: Jesús no se preocupa por calificar las incorrecciones del mayordomo, sino que destaca su astucia para asegurar su futuro. Este hombre supo descubrir a tiempo que los amigos duran más que el dinero. Asimismo, los hijos de la luz, al promover una nueva manera de vivir, deben quitarle al dinero ese galardón como algo esencial. Jesús nos pide que hagamos del dinero un instrumento y no un fin para vivir. Porque no somos propietarios, sino mayordomos de nuestros bienes, que están destinados también para el bien común.
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Gloria a Ti Señor Jesús…