El último domingo de noviembre comienza el tiempo de Adviento y se da inicio al nuevo Año Litúrgico. La palabra latina adventus significa venida, lo que implica para nosotros una espera, en la que, tal como una mujer embarazada, esperamos la llegada del Niño Jesús.
En estas cuatro semanas que preceden a la Navidad las lecturas son tomadas, principalmente, del libro de Isaías, aunque también leemos otros pasajes proféticos del Antiguo Testamento que señalan la llegada del Mesías. En las lecturas del Nuevo Testamento se destacan las figuras de Juan el Bautista y, por supuesto, María de Nazaret y su esposo san José.
Uno de los símbolos característicos de este tiempo es la Corona de Adviento, una tradición de origen alemán precristiano, donde en invierno se armaba una corona con ramas verdes y se encendían velas simbolizando la esperanza por la llegada de la primavera. Para nosotros, las cuatro velas que se encienden cada domingo nos recuerdan que Jesús ha venido y viene a iluminar al mundo; las ramas verdes significan la vida y el círculo simboliza que Dios es infinito, no tiene principio ni fin.
Noviembre es también, tradicionalmente, el inicio del Mes de María (que no pudo ser presencial durante dos años a causa de la pandemia) y la Virgen es el perfecto modelo de preparación para la Navidad. Orar con María en Adviento es comprender perfectamente lo que significa la espera, la ilusión, la expectativa sobre ese Niño que nacerá.
Es bastante difícil que una Navidad esté exenta de decoraciones, como coloridos árboles con juegos de luces chinas intermitentes, viejos pascueros tocando campanillas y un febril movimiento en el comercio, además de tentadoras ofertas de regalos, adornos y dulces, lo que no está mal, mientras no desvíe lo central: prepararnos para celebrar el nacimiento de Jesús.
El Adviento nos trae la Buena Noticia de la llegada del Mesías, al que imploramos que se lleve, definitivamente, el coronavirus. ¡Ven pronto, Señor!
En Jesús, María y Pablo,
El Director