En la Audiencia General de este miércoles 19 de octubre, el Papa continuó desarrollando su catequesis sobre el discernimiento. Así como en semanas anteriores habló como la oración, el conocimiento de uno mismo y el deseo son elementos indispensables para el discernimiento, esta vez puso la atención sobre la propia historia de vida. En ese sentido, Francisco explicó que nuestra vida es como un libro que vamos escribiendo cada día y, cuando nos detenemos a releer el camino recorrido, tanto los momentos buenos como los malos, somos capaces de descubir la acción de Dios, que obra discreta y silenciosamente en nuestra propia existencia.
Este ejercicio de hacer una lectura de la propia vida y también el contar nuestra historia a otras personas, son dos instrumentos valiosos para el discernimiento. De acuerdo al Santo Padre, por un lado, nos ayudan a reconocer los “mensajes tóxicos” que nos hacen mal —como pensar que “no valgo nada”, que “todo me sale mal” o que “nunca haré nada bueno”— y, por otro lado, nos ayudan a afinar la mirada interior que nos permite percibir la presencia de Dios en nuestra vida.
Franciso comenzó su catequesis afirmando que nuestra vida es el libro más valioso que nos ha sido entregado, pero, lamentablemente, muchos no lo leen o lo hacen demasiado tarde. “Y, sin embargo, precisamente en ese libro se encuentra lo que se busca inútilmente por otras vías”, dijo. Puso como ejemplo a san Agustín, quien solo al releer su propia vida, pudo notar en ella los pasos silenciosos y discretos, pero incisivos, de la presencia del Señor: “Al finalizar este recorrido notará con estupor: «Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te andaba buscando; y deforme como era, me lanzaba sobre las bellezas de tus criaturas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo»”.
Ese descubrimiento, continuó Francisco, es lo que hace que el santo motive a las personas a cultivar la vida interior como medio para encontrar lo que se busca. “Esta es una invitación que yo haría a todos vosotros, y también me la hago a mí mismo: “Entra en ti mismo. Lee tu vida. Léete dentro, cómo ha sido tu recorrido. Con serenidad. Entra en ti mismo”, manifestó.
El Santo Padre también animó a las personas a apartarse de aquellos pensamientos que las alejan de ellas mismas o que les hacen daño: “Por ejemplo, “yo no valgo nada” ―y te vienes abajo―; “a mí todo me va mal” ―y te vienes abajo―; “nunca realizaré nada bueno”, ―y te vienes abajo―, y así es la vida. ¡Estas frases pesimistas que te echan abajo!”.
Frente a esos juicios, precisó Francisco, debemos ser capaces de comprender cómo, junto a las cosas malas que nos suceden, o las malas percepciones que tenemos de nosotros mismos, existe también lo bueno, y, al hacerlo, es posible descubrir situaciones que demuestran la acción de Dios en nuestra vida.
“Leer la propia historia significa también reconocer la presencia de estos elementos “tóxicos”, pero para ampliar después la trama de nuestra historia, aprendiendo a notar otras cosas, haciéndola más rica, más respetuosa con la complejidad, logrando también recoger las formas discretas con las que Dios actúa en nuestra vida”, manifestó el Papa, añadiendo que “debemos leer nuestra vida, y así ver las cosas que no son buenas y también las cosas buenas que Dios siembra en nosotros”.
El Pontífice explicó que el discernimiento, y la vida, tienen un enfoque narrativo: no se limitan a una acción puntual, sino que cada obra, cada pensamiento, cada sentimiento, se inserta en un contexto. “El relato de los acontecimientos de nuestra vida consiente también captar matices y detalles importantes, que pueden revelarse como ayudas valiosas que hasta ese momento estaban escondidas. Por ejemplo, una lectura, un servicio, un encuentro, a primera vista considerados cosas de poca importancia, en el tiempo sucesivo transmiten una paz interior, transmiten la alegría de vivir y sugieren ulteriores iniciativas de bien. Detenerse y reconocer esto es indispensable. Detenerse es reconocer: es importante para el discernimiento, es un trabajo de recogida de esas perlas preciosas y escondidas que el Señor ha sembrado en nuestro terreno”, precisó.
Francisco abordó luego la forma discreta en que el Señor actua, por cuanto “a Dios le gusta ir escondido, con discreción, no se impone; es como el aire que respiramos, no lo vemos nunca, pero nos hace vivir, y nos damos cuenta solo cuando nos falta”. Por lo tanto, acostumbrarse a releer la propia vida implica afinar la mirada para notar los pequeños milagros que Dios realiza por nosotros cada día.
“Cuando nos damos cuenta, notamos otras direcciones posibles que refuerzan el gusto interior, la paz y la creatividad. Sobre todo, nos hace más libres de los estereotipos tóxicos. Con sabiduría se ha dicho que el hombre que no conoce el propio pasado está condenado a repetirlo. Es curioso: si nosotros no conocemos el camino hecho, el pasado, lo repetimos siempre, somos circulares. La persona que camina circularmente no va adelante nunca, no hay camino, es como el perro que se muerde la cola, va siempre así, y repite las cosas”, afirmó.
Otra manera de ver las cosas en contexto para descubrir la acción de Dios es contar nuestra vida a otro, experiencia que fue calificada por Francisco como una de las formas de comunicación más hermosas e íntimas, que se produce, por ejemplo, cuando los novios se toman en serio su relación. “Esto permite descubrir cosas desconocidas hasta ese momento, pequeñas y sencillas, pero, como dice el Evangelio, es precisamente de las cosas pequeñas que nacen las cosas grandes”, manifestó el Papa.
La vidas de los santos es otra ayuda preciosa para reconocer el estilo de Dios en la propia vida. “Algunos comportamientos de los santos nos interpelan, nos muestran nuevos significados y nuevas oportunidades. Y es lo que le sucedió, por ejemplo, a san Ignacio de Loyola. Cuando describe el descubrimiento fundamental de su vida, añade una aclaración importante, y dice así: «Cogiendo por experiencia que de unos pensamientos quedaba triste, y de otros alegre, y poco a poco viniendo a conocer la diversidad de los pensamientos, la diversidad de los espíritus que se agitaban» (Autob., n. 8). Conocer qué sucede dentro de nosotros, conocer, estar atentos”, indicó.
Francisco concluyó la catequesis afirmando que el discernimiento es la lectura narrativa de los momentos hermosos y de los momentos oscuros, de los consuelos y de las desolaciones que experimentamos a lo largo de nuestra vida, para descubrir la presencia del Señor y el llamado que ha preparado para cada uno de nosotros.
“En el discernimiento es el corazón quien nos habla de Dios, y nosotros debemos aprender a comprender su lenguaje. Preguntémonos, al final del día, por ejemplo: ¿qué ha sucedido hoy en mi corazón? Algunos piensan que hacer este examen de conciencia es hacer la contabilidad de los pecados que has cometido ―cometemos muchos― pero también es preguntarse “¿qué ha sucedido dentro de mí, he tenido alegría? ¿Qué me ha traído la alegría? ¿Me he quedado triste? ¿Qué me ha traído la tristeza? Y así aprender a discernir qué sucede dentro de nosotros”, finalizó.