La parábola del rico y de Lázaro termina por zanjar la incompatibilidad entre el seguimiento a Jesús y el servicio a la riqueza o la imposibilidad de servir a Dios y al dinero. El relato presenta dos estilos de vida: el rico, que se jacta del lujo, de vestidos finos y de sus banquetes diarios; Lázaro: mendigo, hambriento y cuya mendicidad lo lleva a una marginación total. Sin embargo, la muerte nivela a todos, pero en este caso el pobre Lázaro es llevado por los ángeles al seno de Abraham, mientras que el rico es sepultado y destinado al reino de la muerte.
Sabemos que en el Antiguo Testamento se concebía la idea de que todos los muertos iban a la misma morada y esperaban el juicio definitivo. Sin embargo, a partir del siglo II a. C. se desarrollaron las ideas de la resurrección y de la retribución después de la muerte (Cf. Dn 12, 2; Sab 3, 1-8). Así, se comenzó a hablar de una doble morada: los justos que esperaban pacientemente la resurrección y los que eran ya castigados, como en el caso del rico. Pero ¿cuál fue el pecado de este último?: no haber escuchado la Palabra de Dios. En efecto, al construir su cosmovisión de vida sin Dios ni trascendencia, su existencia termina en el materialismo e insensibilidad social.
Normalmente surge la tentación de pensar que la enseñanza de esta parábola va dirigida exclusivamente a los que más tienen, pero no es así. También va para todos los materializados –aunque sean pobres económicamente hablando–, pues han endiosado lo mucho o poco que poseen y, por tanto, viven en la indiferencia ante el hermano que sufre. Esa indiferencia es a la que alude, en reiteradas ocasiones, el propio papa Francisco y que mantiene enferma a la sociedad de hoy, porque ni siquiera la promesa de Jesús acerca de la resurrección sensibiliza a un mundo sin Dios y deshumanizado. Por eso es tiempo de “discernir” y tomar la opción por Jesús, antes de que la muerte nos sorprenda.
“Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán” (Lc 16, 33).
P. Fredy Peña Tobar, ssp.
Complementa tu reflexión personal al Evangelio del domingo con estos aportes de SAN PABLO: