El Reino de Dios se manifiesta en los “pequeños”, pues desde ahí surge la nueva sociedad. Los discípulos de Jesús son comparados con el pequeño rebaño, al cual se le confía el Reino e invitados para estar vigilantes y permanecer fieles por la causa del Reino. A ellos se les ha dado este gran don, el “Reino”, y, por tanto, han de confiarse únicamente en Dios. Por eso Jesús les enseña a que no teman y se desprendan de todo aquello que esclaviza a la persona y no la hace libre para Dios: “Porque allí donde tengan su tesoro…,”, ¡cuántas personas dedican su tiempo al incremento de sus bienes y se olvidan de Dios! Es decir, el peligro no es aquello a lo que se está aferrado, sino la persona que se cierra al don de Dios, porque sufre y teme ser libre.
A los discípulos se les pide que estén “preparados” y “expectantes”. Estar ceñidos y con las lámparas encendidas es la disposición responsable y vigilante de los que se han tomado en serio las cosas de Dios, porque la salvación de Jesús no solamente se espera, sino que se construye todos los días: “Felices serán si así los encuentra”. En este sentido, san Pedro percibe la responsabilidad de acoger el don de Dios. Ante esa realidad, Jesús contrapone dos comportamientos: el responsable y el irresponsable. Por eso, todo servidor de la Iglesia ha de cuestionarse cómo está realizando sus deberes como laico, sacerdote u obispo. Efectivamente, ¿somos servidores fieles o usurpamos los dones del Señor en beneficio propio?
Jesús termina su parábola con una bienaventuranza y, ante la “espera”, se coloca como el siervo de los siervos. Por eso que “vigilar” también es servicio y no significa supervisar como policía, sino estar disponible para el Reino: “Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho”. Dios nos pide un compromiso mayor y sin “vigilancia y prontitud” se corre el riesgo de perder el don plasmado en la persona de Jesús.
“Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más” (Lc 12, 48).
Fredy Peña Tobar, ssp.
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