En la Catequesis de esa semana, donde nuevamente se abordó el tema de los adultos mayores, el Papa Francisco invitó a reflexionar acerca de Nicodemo, un anciano del Nuevo Testamento a quien Jesús le dice que para “ver el Reino de Dios” hay que “renacer de lo alto”. Nicodemo no entiende estas palabras y le plantea al Señor que es imposible volver a nacer cuando uno ya es viejo. Las palabras de Jesús, para el Santo Padre, tienen un sentido mucho más amplio: se refieren a un nuevo nacimiento en el Espíritu, para el cual la ancianidad no representa ningún obstáculo y, es más, la definió como el tiempo propicio para avanzar en el camino hacia Dios.
“Este nacer de nuevo, del que habla Jesús, es otra cosa. Esta vida es valiosa a los ojos de Dios: nos identifica como criaturas amadas por Él con ternura. El “nacimiento de lo alto”, que nos consiente “entrar” en el reino de Dios, es una generación en el Espíritu, un paso entre las aguas hacia la tierra prometida de una creación reconciliada con el amor de Dios. Es un renacimiento de lo alto, con la gracia de Dios. No es un renacer físicamente otra vez”, explicó.
Sin embargo, los tiempos que vivimos presentan una gran dificultad en la forma en que la sociedad percibe a la tercera edad. “Nuestra época y nuestra cultura, que muestran una preocupante tendencia a considerar el nacimiento de un hijo como una simple cuestión de producción y de reproducción biológica del ser humano, cultivan el mito de la eterna juventud como la obsesión —desesperada— de una carne incorruptible. ¿Por qué la vejez es despreciada de tantas maneras? Porque lleva la evidencia irrefutable de la destitución de este mito, que quisiera hacernos volver al vientre de la madre, para volver siempre jóvenes en el cuerpo”, afirmó el Pontífice.
Bajo ese concepto, la vejez se vuelve objeto de la cultura del descarte porque las personas olvidan que la vida terrenal es un “inicio” y no una “conclusión”; es un caminar hacia la eternidad. Y en esa ruta, es la fe lo que nos permite “ver” el Reino de Dios. Por lo tanto, para el Papa, quienes atraviesan la etapa de la ancianidad tienen la capacidad para descubrir, a la luz del Evangelio, una nueva misión: ser signos e instrumentos del amor de Dios que señalan cuál es la meta definitiva a la que estamos llamados: la Vida eterna. “Las arrugas son un símbolo de la experiencia, un símbolo de la vida, un símbolo de la madurez, un símbolo de haber hecho un camino. No tocarlas para resultar jóvenes, pero jóvenes de cara: lo que interesa es toda la personalidad, lo que interesa es el corazón, y el corazón permanece con esa juventud del vino bueno, que cuanto más envejece mejor es”, precisó.
El Papa abordó luego que la vejez, vista a la luz de la fe, es la condición esencial en la cual el milagro del nacimiento de lo alto puede ser asimilado y hecho creíble por la comunidad humana. La ancianidad, así entendida, “no comunica nostalgia del nacimiento en el tiempo, sino amor por el destino final. En esta perspectiva la vejez tiene una belleza única: caminamos hacia el Eterno”.
A su modo de ver, el intento por volver al viente de la madre y vivir en una eterna juventud no da sabiduría, tampoco entrega la sensación del camino cumplido, sino que genera un consuelo artificial. “El viejo camina hacia adelante, el viejo camina hacia el destino, hacia el cielo de Dios, el viejo camina con su sabiduría vivida durante la vida. La vejez por eso es un tiempo especial para disolver el futuro de la ilusión tecnocrática de una supervivencia biológica y robótica, pero sobre todo porque abre a la ternura del vientre creador y generador de Dios”, señaló Francisco.
Francisco luego recalcó que el Espíritu de Dios es cercanía, compasión y ternura. Y que solo en la vejez es posible comprender lo que significa la dimensión de la ternura: “observad a un abuelo o una abuela cómo miran a los nietos, cómo acarician a los nietos: esa ternura, libre de toda prueba humana, que ha vencido las pruebas humanas y es capaz de dar gratuitamente el amor, la cercanía amorosa del uno por los otros. Esta ternura abre la puerta a entender la ternura de Dios”.
Por lo tanto, continuó el Papa, “la vejez es el tiempo especial para disolver el futuro de la ilusión tecnocrática, es el tiempo de la ternura de Dios que crea, crea un camino para todos nosotros”. Asumir así la ancianidad debe hacernos cuestionar la mirada que la cultura del descarte tiene sobre los adultos mayores.
“Cuando nosotros pensamos en la vejez así, después decimos: ¿por qué esta cultura del descarte decide descartar a los ancianos, considerándoles inútiles? Los ancianos son los mensajeros del futuro, los ancianos son los mensajeros de la ternura, los ancianos son los mensajeros de la sabiduría de una vida vivida. Vamos adelante y miremos a los ancianos”, concluyó.