En la catequesis de este miércoles sobre la ancianidad, el Papa Francisco presentó la figura de Job, que gritaba de dolor y le pedía a Dios una respuesta que diera sentido a las numerosas desgracias y humillaciones que padecía en su vida. A lo largo de su explicación, el Santo Padre manifestó como de ese clamor incesante surgió la conversión y la profesión de fe de Job, ya que Dios le dio a conocer su verdadero rostro. Por lo tanto, Job obtuvo una respuesta, y fue bendecido con una larga ancianidad, porque se dejó transformar por el misterio de la ternura de Dios, que muchas veces se esconde en el silencio.
“La parábola del libro de Job representa de forma dramática y ejemplar lo que en la vida sucede realmente. Es decir que sobre una persona, sobre una familia o sobre un pueblo se abaten pruebas demasiado pesadas, pruebas desproporcionadas respecto a la pequeñez y fragilidad humana. En la vida a menudo, come se dice, “llueve sobre mojado”. Y algunas personas se ven abrumadas por una suma de males que parece verdaderamente excesiva e injusta. Y muchas personas son así”, sostuvo el Pontífice.
Y frente a esa realidad, Francisco manifestó que hay personas que impresionan por la firmeza de su fe y de su amor, reflejado en el silencio, en la oración callada ante las dificultades. “Pienso en los padres de niños con graves discapacidades, o en quien vive una enfermedad permanente o al familiar que está al lado… Situaciones a menudo agravadas por la escasez de recursos económicos. En ciertas coyunturas de la historia, este cúmulo de pesos parecen darse como una cita colectiva. Es lo que ha sucedido en estos años con la pandemia del Covid-19 y lo que está sucediendo ahora con la guerra en Ucrania”, dijo.
De este modo, La historia de Job ejemplifica la vida de tantas personas, familias y pueblos marcados por el sufrimiento. Su dolor nos interpela, y nos admira la firmeza de su fe y de su amor. Así también los ancianos —que ya han atravesado muchas pruebas a lo largo de su vida—, cuando saben convertir el dolor por las pérdidas en espera confiada de las promesas de Dios, son un testimonio y un tesoro insustituible para que la comunidad pueda aprender a afrontar las dificultades y el exceso de mal.
Francisco luego abordó como la protesta ante las dificultades puede también ser vista como una oración, en la medida en que se abre el corazón y se emplea como una forma de llamar la atención de Dios en medio del sufrimiento.
“Si tú tienes en el corazón alguna llaga, algún dolor y quieres protestar, protesta también contra Dios, Dios te escucha, Dios es Padre, Dios no se asusta de nuestra oración de protesta, ¡no! Dios entiende. Pero sé libre, sé libre en tu oración, ¡no encarceles tu oración en los esquemas preconcebidos!”, planteó.
Esta oración, para el Papa, debe ser espontánea, y debe ser hecha tal como la haría un hijo ante un padre, cuando le dice todo lo que le viene a la boca porque sabe que él lo entiende.
“Dios no va a rehuir la confrontación, pero al principio deja a Job el desahogo de su protesta, y Dios escucha. Quizás, a veces, deberíamos aprender de Dios este respeto y esta ternura. Y a Dios no le gusta esa enciclopedia —llamémosla así— de explicaciones, de reflexiones que hacen los amigos de Job. Eso es zumo de lengua, que no es adecuado: es esa religiosidad que explica todo, pero el corazón permanece frío. A Dios no le gusta esto. Le gusta más la protesta de Job o el silencio de Job”, precisó Francisco.
El testimonio de Job es el reflejo de alguien que encuentra a Dios en las dificultades, que es capaz de alcanzar una experiencia mística que lo hace descubrir “Yo te conocía solo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos”. Y eso es particularmente importante en el caso de los adultos mayores quienes, a lo largo de su vida, han experimentado la fragilidad, la dificultad y la inconsistencia.
“¡Cuánta gente, cuántos de nosotros después de una experiencia un poco mala, un poco oscura, da el paso y conoce a Dios mejor que antes! Y podemos decir, como Job: “Yo te conocía de oídas, mas ahora te han visto mis ojos, porque te he encontrado”. Este testimonio es particularmente creíble si la vejez se hace cargo, en su progresiva fragilidad y pérdida. ¡Los ancianos han visto muchas en la vida! Y han visto también la inconsistencia de las promesas de los hombres. Hombres de ley, hombres de ciencia, hombres de religión incluso, que confunden al perseguidor con la víctima, imputando a esta la responsabilidad plena del propio dolor. ¡Se equivocan!”, precisó el Santo Padre.
Y en ese sentido, Francisco dice los mayores enseñan un valioso testimonio, al convertir el resentimiento por la pérdida en la tenacidad por la espera de la promesa de Dios, dando ejemplo a la comunidad en la manera en que son capaces de afrontar el mal.
“Miremos a los ancianos, miremos a los viejos, las viejas, las viejitas; mirémoslos con amor, miremos su experiencia personal. Ellos han sufrido mucho en la vida, han aprendido mucho en la vida, han pasado muchas, pero al final tienen esta paz, una paz —yo diría— casi mística, es decir la paz del encuentro con Dios, tanto que pueden decir “Yo te conocía de oídas, mas ahora te han visto mis ojos”. Estos viejos se parecen a esa paz del Hijo de Dios en la cruz que se abandona al Padre”, concluyó el Papa.