“Aquí estoy, padre, ya no sirvo para nada…. Es la edad, pues”, me decía la señora Ema cuando le pregunté cómo estaba. Y don Alfredo decía algo parecido: “No hay como la juventud, padre. Esto de ser viejo es puro sufrir no más…”.
El evangelio de hoy nos presenta dos viejos distintos, llenos de esperanza: Simeón y Ana. Les tocó recibir a María y José cuando llevaron a su guagua, de apenas 40 días, para presentarla en el Templo de Jerusalén. Fieles a la ley judía, los padres de Jesús habían peregrinado desde Belén para purificarse, ofrecer un modesto sacrificio de dos pichones de paloma y consagrar a su primogénito al Señor.
La oración que el anciano Simeón pronuncia, tomado al niño Jesús en sus brazos, es una de las más hermosas de la Biblia; se reza cada noche en las Completas de la Liturgia de las Horas: “Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz… porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones… y gloria de tu pueblo Israel”. La vieja Ana, por su parte, da gracias a Dios y habla “acerca del niño a todos los que esperaban la redención”.
Nuestra sociedad margina cada vez más a los ancianos. En el imperio de la eficiencia y de la rentabilidad, muchas veces son considerados una carga y un estorbo. Lejos de admirar la sabiduría que han acumulado en su vida, se los considera de otra época, no vigentes, inservibles. No extraña que ancianos como mis amigos Ema y Alfredo no vean sino los achaques y el sufrimiento, y vivan sintiéndose un estorbo para su familias. Han asimilado lo que se dice de ellos.
Hoy están invitados a admirar e imitar la esperanza y la profunda felicidad de Simeón y Ana, que brota del tomar en sus brazos a Jesús y reconocerlos como el autor de la salvación. ¡Él es la luz del mundo! Y nosotros, a amar y cuidar a nuestros ancianos, que también son Buena Noticia.
Comisión Nacional de Liturgia
La tradicional fiesta de la Presentación del Señor, que antes llamábamos de la Virgen de la Candelaria, cae este año en domingo. Nos alegramos de acompañar hoy a María y José en la consagración de su Hijo al Señor. Como cada domingo, lo recibimos en nuestro templo para que él sea nuestra luz y nuestra vida.
La profecía de Malaquías presenta a un mensajero que juzgará y purificará a su pueblo para que su ofrenda sea agradable a Dios. Dejémonos interpelar por el profeta.
Lectura de la profecía de Malaquías. Así habla el Señor Dios: yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino delante de mí. Y en seguida entrará en su Templo el Señor que ustedes buscan; y el Ángel de la alianza que ustedes desean ya viene, dice el Señor de los ejércitos. ¿quién podrá soportar el día de su venida? ¿quién permanecerá de pie cuando aparezca? Porque Él es como el fuego del fundidor y como la lejía de los lavanderos. Él se sentará para fundir y purificar: purificará a los hijos de Leví y los depurará como al oro y la plata; y ellos serán para el señor los que presentan la ofrenda conforme a la justicia. La ofrenda de Judá y de Jerusalén será agradable al Señor, como en los tiempos pasados, como en los primeros años.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos.
¡Puertas, levanten sus dinteles, leván-tense, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria! R.
¿Y quién es ese Rey de la gloria? Es el Señor, el fuerte, el poderoso, el Señor poderoso en los combates. R.
¡Puertas, levanten sus dinteles, leván-tense, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria! R.
¿Y quién es ese Rey de la gloria? El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos. R.
Jesús vino al mundo para liberar a los seres humanos. Por eso se hizo semejante a nosotros. Es lo que nos recuerda hoy la segunda lectura.
Lectura de la carta a los Hebreos. Hermanos: Ya que los hijos tienen una misma sangre y una misma carne, Jesús también debía participar de esa condición, para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquél que tenía el dominio de la muerte, es decir, al demonio, y liberar de este modo a todos los que vivían completamente esclavizados por el temor de la muerte. Porque Él no vino para socorrer a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham. En consecuencia, debió hacerse semejante en todo a sus hermanos, para llegar a ser un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en el servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. Y por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, Él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la prueba.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluia. Luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel. Aleluia.
Dos figuras de ancianos dominan hoy el hermoso relato evangélico de la Presentación del niño Jesús en el Templo: Simeón y Ana. Escuchemos su sabiduría y su ternura.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas. Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación de ellos, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor”. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de Él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos”. Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
¿Valoro a los ancianos que tengo cerca? ¿Reconozco su importante aporte a la familia humana, por su experiencia, sabiduría y afecto? ¿Les agradezco su presencia y su papel en mi propia vida?
M. Pongamos en común nuestras oraciones, que el Señor siempre escucha, diciendo:
R. Luz de las naciones, escúchanos.
1.- Por toda la Iglesia, que hoy se alegra en la fiesta de la Presentación del Señor; que ella sea luz para el mundo y consuelo para los que viven en la oscuridad de la pobreza, de la violencia y de la soledad. Oremos. R.
2.- Por el Papa N. y nuestro obispo N., para que, guiados por la luz de Cristo, pastoreen a la Iglesia con sabiduría y generosidad. Oremos. R.
3.- Por las vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y al compromiso laical en todas las comunidades de la Iglesia. Oremos. R.
4.- Por los ancianos abandonados, enfermos, tristes, para que sepamos acogerlos, integrarlos y reconocerlos como portadores de grandes valores en nuestras familias. Oremos. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Señor, ilumina con tu amor nuestro camino y acoge esta oración, tú que te hiciste semejante a nosotros para llevarnos a la vida plena, y eres Dios, por los siglos de los siglos.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. Señor, en este día en que celebramos la Presentación del Niño Jesús en el Templo, te pedimos que te hagas presente en nuestro humilde altar, para regalarnos la luz de tu Palabra y el alimento de la Vida eterna.
R. Luz del mundo, alimenta nuestra fe.
1.- Bendito seas, Señor, porque al hacerte semejante a nosotros nos regalaste la posibilidad de superar la debilidad de lo humano para convertirnos y vivir según tu Palabra. R.
2.- Bendito seas, Señor, porque en la comunidad nos regalas los carismas y dones que como Iglesia necesitamos para servir al mundo. R.
3.- Bendito seas, Señor, porque en la Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra, nos has dado una protectora, una intercesora y un ejemplo para vivir según el evangelio. R.
M. Unidos al Niño Jesús, que hoy entra en el Templo para ser consagrado a ti y reconocerte como su Padre, te decimos también: Padre nuestro…
Hoy llegamos a casa, Señor/ Cinco panes/ Luz entre los hombres/ Señor, ilumina mi vida/ Santa María de la esperanza.