Llamados a edificar la familia humana es el nombre del mensaje que el Papa Francisco dirigió a la Iglesia universal con motivo de celebrarse este domingo la 59 Jornada Mundial de Oración por las vocaciones. Tomando en cuenta los tiempos que corren, el Santo Padre hizo un llamado en el documento a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a contribuir a edificar la familia humana, a curar sus heridas y a proyectarla hacia un futuro mejor. Por este motivo, en su mensaje, quizo reflexionar sobre el amplio significado de la “vocación”, en el contexto de una Iglesia sinodal que se pone a la escucha de Dios y del mundo.
Francisco estructuró su mensaje en torno a cinco aspectos fundamentales. El primero de ellos dice relación con que todos estamos llamados a ser protagonistas de la misión. Y lo explicó del siguiente modo: “La sinodalidad, el caminar juntos es una vocación fundamental para la Iglesia, y sólo en este horizonte es posible descubrir y valorar las diversas vocaciones, los carismas y los ministerios. Al mismo tiempo, sabemos que la Iglesia existe para evangelizar, saliendo de sí misma y esparciendo la semilla del Evangelio en la historia. Por lo tanto, dicha misión es posible precisamente haciendo que cooperen todos los ámbitos pastorales y, antes aun, involucrando a todos los discípulos del Señor”.
Luego, el Pontífice sostuvo que los cristianos también estamos llamados a ser custodios unos de otros, y de la creación. “La palabra “vocación” no tiene que entenderse en sentido restrictivo, refiriéndola sólo a aquellos que siguen al Señor en el camino de una consagración particular. Todos estamos llamados a participar en la misión de Cristo de reunir a la humanidad dispersa y reconciliarla con Dios”, expresó, para luego añadir que “estamos llamados a ser custodios unos de otros, a construir lazos de concordia e intercambio, a curar las heridas de la creación para que su belleza no sea destruida. En definitiva, a ser una única familia en la maravillosa casa común de la creación, en la armónica variedad de sus elementos. En este sentido amplio, no sólo los individuos, sino también los pueblos, las comunidades y las agrupaciones de distintas clases tienen una “vocación””.
El tercer eje del mensaje de Francisco dice relación con el llamado a acoger la mirada de Dios: “A esa gran vocación común se añade la llamada más particular que Dios nos dirige a cada uno, alcanzando nuestra existencia con su Amor y orientándola a su meta última, a una plenitud que supera incluso el umbral de la muerte. Así Dios ha querido mirar y mira nuestra vida”. Y, directamente en relación con este punto, explicó que también hemos recibido el llamado para responder a la mirada de Dios. “Cuando acogemos esta mirada nuestra vida cambia. Todo se vuelve un diálogo vocacional, entre nosotros y el Señor, pero también entre nosotros y los demás. Un diálogo que, vivido en profundidad, nos hace ser cada vez más aquello que somos: en la vocación al sacerdocio ordenado, ser instrumento de la gracia y de la misericordia de Cristo; en la vocación a la vida consagrada, ser alabanza de Dios y profecía de una humanidad nueva; en la vocación al matrimonio, ser don recíproco, y procreadores y educadores de la vida. En general, toda vocación y ministerio en la Iglesia nos llama a mirar a los demás y al mundo con los ojos de Dios, para servir al bien y difundir el amor, con las obras y con las palabras”, manifestó.
Finalmente, explicó que los cristianos hemos sido convocados para edificar un mundo fraterno, por lo que, al hablar de vocación, no se trata solo de elegir una u otra forma de vida, de dedicar la propia existencia a un ministerio determinado o de sentirse atraído por el carisma de una familia religiosa, de un movimiento o de una comunidad eclesial. “se trata de realizar el sueño de Dios, el gran proyecto de la fraternidad que Jesús tenía en el corazón cuando suplicó al Padre: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Toda vocación en la Iglesia, y en sentido amplio también en la sociedad, contribuye a un objetivo común: hacer que la armonía de los numerosos y diferentes dones que sólo el Espíritu Santo sabe realizar resuene entre los hombres y mujeres. Sacerdotes, consagradas, consagrados y fieles laicos caminamos y trabajamos juntos para testimoniar que una gran familia unida en el amor no es una utopía, sino el propósito para el que Dios nos ha creado”, indicó el Papa.
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