El evangelio de Juan presenta a Jesús resucitado motivando y acompañando la misión apostólica y el itinerario pascual de los discípulos. Según el evangelio, esta es la tercera vez que el resucitado se aparece a siete de sus discípulos, pero solo cuatro pertenecen al círculo de los Doce. Cabe señalar que el número “siete” es un símbolo de totalidad y de plenitud, que se ve reflejado en la Iglesia como lugar donde todos son convocados.
El relato muestra la presencia de Jesús con sus discípulos y cómo su compañía es signo de confianza, de amistad y de diálogo con Pedro. Dice el texto que aquella noche no pescaron nada y que, al amanecer, vuelven a salir, pero acompañados por Jesús. En efecto, es el Señor el que genera éxito y fecundidad a cualquier trabajo que se haga en su nombre. Por tanto, si hay algo que debemos tener presente es que la misión de la Iglesia no depende exclusivamente del esfuerzo humano, sino de aquella presencia viva del Señor resucitado en medio de ella. Por eso que muchas iniciativas apostólicas, al no estar esta “presencia viva del Señor!, se desvanecen y mueren, porque son motivadas por una sarta de egos, de elogios y vanagloria de quienes las lideran y no se le atribuyen a Dios.
El Señor resucitado quiere reinar entre nosotros y apela a nuestra intención de permanecer unidos a él como la red que sostiene la pesca milagrosa. Por eso, la pregunta de Jesús resucitado: ¿Pedro, me amas? es una forma de conocer hasta dónde el amor de Pedro está para sacrificarse. ¿Es un amor de amistad (fileo en griego), es un amor familiar (stergo) o realmente es un amor caritativo, generoso, sacrificado (ágape)? Sin duda que también esta pregunta se dirige a cada creyente que dice amar a Dios, pero que aún no termina de entender qué significa (Cf. Deut 6, 4), pues el verdadero amor no se reserva nada y lo entrega todo por quien es amado y a quien se ama.
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le respondió: «Sí, Señor, sabes que te quiero» (Jn 19, 16).
Fredy Peña Tobar, ssp.
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