Este miércoles, el Papa Francisco continuó desarrollando la catequesis que ha estado enfocado en los adultos mayores. A partir del ejemplo de Simeón y Ana, cuya razón de vivir fue esperar la visita de Dios, el Santo Padre abordó cómo la fidelidad en la espera del Señor afina los sentidos espirituales y nos hace más sensibles para reconocer los signos de Dios.
En ese sentido, el Pontífice planteó que, frente a una sociedad que exalta el placer de los sentidos físico y, al mismo tiempo, anestesia los sentidos, se corre el riesgo de ser insensibles ante el sufrimiento y la fragilidad, y, por tanto, de descartar a las personas mayores. Por eso, para el Papa, es fundamental promover el diálogo entre jóvenes y ancianos, para que estos últimos transmitan su sabiduría a los jóvenes, y aquellos escuchen a los mayores, promoviendo un espíritu de fraternidad y “ternura social”.
“La anestesia de los sentidos espirituales —y esto es feo— la anestesia de los sentidos espirituales, en la excitación y en el entumecimiento de los corporales, es un síndrome generalizado en una sociedad que cultiva la ilusión de la eterna juventud, y su rasgo más peligroso está en el hecho de que esta es mayoritariamente inconsciente. No nos damos cuenta de estar anestesiados. Y esto sucede: siempre ha sucedido y sucede en nuestra época. Los sentidos anestesiados, sin entender qué sucede; los sentidos interiores, los sentidos del espíritu para entender la presencia de Dios o la presencia del mal, anestesiados, no distinguen”, sostuvo.
Francisco explicó que la sensibilidad del alma no se refiera unicamente al pensamiento de Dios y la religión, sino que se relaciona con la compasión y la piedad, la vergüenza y el remordimiento, la fidelidad y la entrega, la ternura y el honor, la responsabilidad propia y el dolor ajeno. “La insensibilidad no te hace entender la compasión, no te hace entender la piedad, no te hace sentir vergüenza o remordimiento por haber hecho algo malo. Es así: los sentidos espirituales anestesiados confunden todo y uno no siente, espiritualmente, cosas del estilo”, dijo.
Y esa insensibilización se hace particularmente evidente en el trato a los mayores. En palabras del Papa: “La vejez se convierte, por así decir, en la primera pérdida, la primera víctima de esta pérdida de sensibilidad. En una sociedad que ejerce principalmente la sensibilidad por el disfrute, disminuye la atención a los frágiles y prevalece la competencia de los vencedores”, precisando que, en una sociedad asi, “se pierde la sensibilidad humana, se pierden estos movimientos del espíritu que nos hacen humanos”.
Volviendo la mirada sobre Simeón y Ana, el Santo Padre explicó que ellos dan ejemplo de una historia en donde los personajes son “sensibles al Espíritu”, pero no como protagonistas, sino como testigos, en este caso, de la presencia de un niño que es signo seguro de la visita de Dios.
“Ellos aceptan no ser protagonistas, sino solo testigos. Y cuando un individuo acepta no ser protagonista, sino que se involucra como testigo, la cosa va bien: ese hombre o esa mujer está madurando bien. Pero si tiene siempre ganas de ser protagonista no madurará nunca este camino hacia la plenitud de la vejez. La visita de Dios no se encarna en su vida, de los que quieren ser protagonistas y nunca testigos, no los lleva a la escena como salvadores: Dios no se hace carne en su generación, sino en la generación que debe venir”, afirmó.
Vivir con superficialidad no permite sentir las cosas con la sensibilidad del espíritu y no es bueno cuando una civilización pierede la sensibilidad el espíritu. “Sin embargo, es muy bonito cuando encontramos ancianos como Simeón y Ana que conservan esta sensibilidad del espíritu y son capaces de entender las diferentes situaciones, como estos dos entendieron que esta situación que estaba ante ellos era la manifestación del Mesías. Ningún resentimiento y ninguna recriminación por esto, cuando estoy en este estado de quietud. Sin embargo, gran conmoción y gran consolación cuando los sentidos espirituales están todavía vivos. La conmoción y la consolación de poder ver y anunciar que la historia de su generación no se ha perdido o malgastado, precisamente gracias a un evento que se hace carne y se manifiesta en la generación que sigue”, dijo Francisco.
Por eso es muy importante el contacto con los mayores, en la medida que el diálogo con otras generaciones los hace reavivar, lo hace sentirse parte de una civilización que los escucha y avanza con ellos. “Es muy importante ir donde los ancianos, es muy importante escucharlos. Es muy importante hablar con ellos, porque tiene lugar este intercambio de civilización, este intercambio de madurez entre jóvenes y ancianos. Y así, nuestra civilización va hacia delante de forma madura”, manifestó el Papa.
Luego añadió: “Solo la vejez espiritual puede dar este testimonio, humilde y deslumbrante, haciéndola autorizada y ejemplar para todos. La vejez que ha cultivado la sensibilidad del alma apaga toda envidia entre las generaciones, todo resentimiento, toda recriminación por una venida de Dios en la generación venidera, que llega junto con la despedida de la propia. Y esto es lo que sucede a un anciano abierto con un joven abierto: se despide de la vida, pero entregando —entre comillas— la propia vida a la nueva generación. Y esta es la despedida de Simeón y Ana: “Ahora puedo ir en paz””.
De este modo, puntualizó Francisco, la sensibilidad de los adultos mayores es capaz de abatir la competición y el conflicto entre las generaciones de forma creíble y definitiva, para avanzar juntos, en comunión y paz. “¡Y hoy necesitamos mucho de la sensibilidad del espíritu, de la madurez del espíritu, necesitamos ancianos sabios, maduros en el espíritu que nos den una esperanza para la vida!”, concluyó.