La necesidad de aprender y escuchar las experiencias vividas por los adultos mayores, fue el eje central de la Catequesis que el Papa Francisco compartió esta mañana. A lo largo de su intervención, el Santo Padre invitó a los presentes a reflexionar sobre la memoria y el testimonio que transmiten las generaciones mayores, a partir de la historia de Moisés. Este, en los días previos a su muerte, pronunció su testamento espiritual, en donde no solo testimonia el amor y la fidelidad de Dios, sino la historia de su pueblo, a partir de las propias experiencias, sin ocultar las luches y las sombras, para construir algo que será transmitido de generación en generación.
“Cuando Moisés pronuncia esta confesión de fe está en el umbral de la tierra prometida, y también de su despedida de la vida. Tenía ciento veinte años, señala la narración, pero «no se había apagado su ojo». Esa capacidad de ver, ver realmente y también ver simbólicamente, como tienen los ancianos, que saben ver las cosas, el significado más profundo de las cosas. La vitalidad de su mirada es un don valioso: le consiente transmitir la herencia de su larga experiencia de vida y de fe, con la lucidez necesaria. Moisés ve la historia y transmite la historia; los ancianos ven la historia y transmiten la historia”, explicó el Pontífice.
De este modo, el valor testimonial de los adultos mayores es un elemento muy valioso para la sociedad. En palabras de Francisco: “La escucha personal y directa del pasaje de la historia de fe vivida, con todos sus altibajos, es insustituible. Leerla en los libros, verla en las películas, consultarla en internet, aunque sea útil, nunca será lo mismo”. Por lo tanto, es necesario reconocer y honrar esa capacidad de los ancianos. “La narración directa, de persona a persona, tiene tonos y modos de comunicación que ningún otro medio puede sustituir. Un anciano que ha vivido mucho, y obtiene el don de un lúcido y apasionado testimonio de su historia, es una bendición insustituible”, agregó el Santo Padre.
Francisco reafirmó esta idea con su propio testimonio: “El odio y la rabia contra la guerra yo lo aprendí de mi abuelo que combatió en el Piave, en 1914: él me transmitió esta rabia a la guerra. Porque me contó los sufrimientos de una guerra. Y esto no se aprende ni en los libros ni de otra manera, se aprende así, transmitiéndola de abuelos a nietos. Y esto es insustituible. La transmisión de la experiencia de vida de los abuelos a los nietos. Lamentablemente hoy esto no es así y se piensa que los abuelos sean material de descarte: ¡no! Son la memoria viva de un pueblo y los jóvenes y los niños deben escuchar a los abuelos”.
Para el Papa, ese mismo sentido histórico y testimonial se puede aplicar en el ámbito de la enseñanza de la fe. “Transmitir la fe no es decir las cosas “bla-bla-bla”. Es contar la experiencia de fe”, manifestó, precisando, eso sí, que las historias de vida se deben transformar en un testimonio que sea leal. ¿Qué quiere decir con esto?: “Ser leal es contar la historia como es, y solamente la puede contar bien quien la ha vivido. Por esto es muy importante escuchar a los ancianos, escuchar a los abuelos, es importante que los niños hablen con ellos”.
Por eso es fundamental preguntarse, ¿cuánto valoramos esta forma de transmitir la fe, de pasar el testigo entre los ancianos de la comunidad y los jóvenes que se abren al futuro?. Por que la fe no se transmite solamente a partir de la sola lectura de los libros. “La fe se transmite en dialecto, es decir en el habla familiar, entre abuelos y nietos, entre padres y nietos. La fe se transmite siempre en dialecto, en ese dialecto familiar y vivencial aprendido a lo largo de los años. Por eso es muy importante el diálogo en una familia, el diálogo de los niños con los abuelos que son aquellos que tienen la sabiduría de la fe”, sostuvo Francisco.
En ese punto, el Papa llamó la atención sobre algo que consideró como una anomalía: “El catecismo de la iniciación cristiana bebe hoy generosamente en la Palabra de Dios y transmite información precisa sobre los dogmas, sobre la moral de la fe y los sacramentos. A menudo falta, sin embargo, un conocimiento de la Iglesia que nazca de la escucha y del testimonio de la historia real de la fe y de la vida de la comunidad eclesial, desde el inicio hasta nuestros días. De niños se aprende la Palabra de Dios en las aulas del catecismo; pero la Iglesia se “aprende”, de jóvenes, en las aulas escolares y en los medios de comunicación de la información global”.
A su modo de ver, la narración de la historia de la fe debe ser un relato capaz de recordar con emoción la bendición de Dios y con lealtad nuestras faltas, al estilo del Cántico de Moisés, el testimonio de los Evangelios, y los Hechos de los Apóstoles. “Sería bonito que en los itinerarios de catequesis existiera desde el principio también la costumbre de escuchar, de la experiencia vivida de los ancianos, la lúcida confesión de las bendiciones recibidas por Dios, que debemos custodiar, y el leal testimonio de nuestras faltas de fidelidad, que debemos reparar y corregir”, indicó.
“Los ancianos entran en la tierra prometida, que Dios desea para toda generación, cuando ofrecen a los jóvenes la bella iniciación de su testimonio y transmiten la historia de la fe, la fe en dialecto, ese dialecto familiar, ese dialecto que pasa de los ancianos a los jóvenes. Entonces, guiados por el Señor Jesús, ancianos y jóvenes entran juntos en su Reino de vida y de amor. Pero todos juntos. Todos en familia, con este tesoro grande que es la fe transmitida en dialecto”, concluyó.