En la Audiencia General de este miércoles, el Papa Francisco continuó desarrollando el ciclo de catequesis que ha destinado a reflexionar sobre el sentido y valor de la vejez. Esta vez, tomó como referencia el pasaje bíblico que habla sobre el Diluvio Universal, en donde Dios, para salvar al hombre de la corrupción y el diluvio, elige a Noé, “el más anciano de todos los hombres”. Frente a esa elección, el Santo Padre se pregunta “¿en qué sentido la vejez puede salvar el mundo? En un tiempo en que vivimos bajo presión, tantas veces confundidos entre la imagen de la “juventud eterna” y la representación catastrófica del “fin del mundo”, ¿qué pueden aportar los ancianos?”.
Al traer el relato al mundo de hoy, el Papa sostuvo que vivimos expuestas a tensiones opuestas que nos confunden. “Por un lado, tenemos el optimismo de una juventud eterna, iluminado por los progresos extraordinarios de la técnica, que pinta un futuro lleno de máquinas más eficientes y más inteligentes que nosotros, que curarán nuestros males y pensarán para nosotros las mejores soluciones para no morir: el mundo del robot. Por otro lado, nuestra fantasía parece cada vez más concentrada en la representación de una catástrofe final que nos extinguirá. Lo que sucede con una eventual guerra atómica”, manifestó.
Mas esclarecedor le parece una palabra de Jesús, quien evoca “los tiempos de Noé” al hablar de los últimos días: “Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos”. Para Francisco, la afirmación del Señor sirve para poner luces sobre el hecho de que los seres humanos, cuando se limitan a disfrutar de la vida, pierden incluso la percepción de la corrupción, que mortifica la dignidad y envenena el sentido.
“El hecho de comer y beber, tomar mujer o marido, son cosas muy normales y no parecen ejemplos de corrupción. ¿Dónde está la corrupción? ¿Dónde estaba la corrupción, allí?”, se cuestiona el Santa Padre, para luego responderse: “Cuando se pierde la percepción de la corrupción, y la corrupción se vuelve una cosa normal: todo tiene su precio, ¡todo! Se compra, se vende, opiniones, actos de justicia… Esto, en el mundo de los negocios, en el mundo de muchas profesiones, es común. Y viven sin preocupación también la corrupción, como si fuera parte de la normalidad del bienestar humano”.
Esa despreocupación ha producido que el mundo de la corrupción pareciera ser parte de la normalidad del ser humano. Y esto genera otro problema: los bienes de la vida son consumidos y disfrutados sin preocupación por la calidad espiritual de la vida, sin cuidado por el hábitat de la casa común.
“Todo se explota, sin preocuparse de la mortificación y del abatimiento que muchos sufren, y tampoco del mal que envenena la comunidad. Mientras la vida normal pueda estar llena de “bienestar”, no queremos pensar en lo que la vacía de justicia y amor. “Pero, ¡yo estoy bien! ¿Por qué debo pensar en los problemas, en las guerras, en la miseria humana, en cuánta pobreza, en cuánta maldad? No, yo estoy bien. No me importan los demás”. Este es el pensamiento inconsciente que nos lleva adelante a vivir un estado de corrupción”, precisó.
Por eso es importante la experiencia de los adultos mayores, por cuando ellos están en condiciones de captar el engaño de esta normalización de una vida obsesionada por el disfrute y vacía de interioridad: vida sin pensamiento, sin sacrificio, sin interioridad, sin belleza, sin verdad, sin justicia, sin amor.
“La sensibilidad especial de nosotros ancianos, de la edad anciana por las atenciones, los pensamientos y los afectos que nos hacen más humanos, debería volver a ser una vocación para muchos. Y será una elección de amor de los ancianos hacia las nuevas generaciones. Seremos nosotros quien demos la alarma, el alerta: “Estad atentos, que esto es la corrupción, no te lleva a nada”. La sabiduría de los ancianos es muy necesaria, hoy, para ir contra la corrupción. Las nuevas generaciones esperan de nosotros los mayores, de nosotros ancianos una palabra que sea profecía, que abra las puertas a nuevas perspectivas fuera de este mundo despreocupado de la corrupción, de la costumbre de las cosas corruptas”, dijo Francisco.
Por eso, reafirmó el Pontífice, los mayores deben actuar como profetas contra la corrupción, en la medida que su propia experiencia les permite advertir a los jóvenes cuando toman el camino errado.
“Noé es el ejemplo de esta vejez generativa: no es corrupta, es generativa. Noé no hace predicaciones, no se lamenta, no recrimina, pero cuida del futuro de la generación que está en peligro. Nosotros ancianos debemos cuidar de los jóvenes, de los niños que están en peligro. Construye el arca de la acogida y hace entrar hombres y animales. En el cuidado por la vida, en todas sus formas, Noé cumple el mandamiento de Dios repitiendo el gesto tierno y generoso de la creación”, precisó.
La responsabilidad de los mayores es, entonces, actuar y transmitir su experiencia, su sabiduría, para decir a los jóvenes: cuidado, ese camino ya lo he recorrido yo y no conduce a nada. En palabras del Papa, “ser como el buen vino que al final envejecido puede dar un mensaje bueno y no malo”.
“Hago un llamamiento, hoy, a todas las personas que tienen una cierta edad, por no decir ancianos. Estad atentos: vosotros tenéis la responsabilidad de denunciar la corrupción humana en la que se vive y en la que va adelante este modo de vivir de relativismo, totalmente relativo, como si todo fuera lícito. Vamos adelante. El mundo lo necesita, necesita jóvenes fuertes, que vayan adelante, y ancianos sabios. Pidamos al Señor la gracia de la sabiduría”, dijo Francisco para concluir su catequesis.