Hoy es un día para estar contentos y agradecidos, porque la Navidad es el punto culmen de la comunicación amorosa de nuestro Dios. Dios nos habla, en la persona de su Hijo, que es su Palabra y nos contempla cara a cara: “Al principio existía la palabra…”. Pero ¿qué es la Palabra? Es la fuerza creadora que da vida a todo (Cf. Gn 1, 1). Jesús es esa Palabra generadora de vida y al mismo tiempo sabiduría, porque es en su “persona” que le encontramos sentido a la vida. En el Antiguo Testamento, el Dios de la Alianza se presentaba con las dos características del aliado: “amor y fidelidad”. Ahora, el amor fiel es la Palabra que se encarnó en Jesús.
Pero ¿cómo entender a Jesús, el Mesías y Salvador, que viene en condiciones que no son propias de un rey ni menos de un Dios? Es decir, se esperaba a un rey poderoso y nace un niño sin poder ni séquito. El templo aguardaba expectante al nuevo David, pero nació en una gruta con animales, que fueron testigos de su entronización. Sin duda que este Niño Dios es distinto, porque quiere revelarnos ¡cuánto Dios nos ama! Por eso su nacimiento es felicidad, porque elimina el miedo a un Dios solemne e intratable, que vive en las alturas. Nuestro Dios no es así. Él viene en la sonrisa y ternura de un niño indefenso, pero que humaniza con su sola presencia.
No obstante, el Niño Dios que llega es indiferente para muchos, porque su sola presencia molesta: su condición de pobre deja en evidencia la miseria de unos frente a la opulencia de otros. Su actitud pacífica no coincide con la del que ofende y es violento. Su humildad es incómoda para el que vive mirándose el ombligo y es ídolo de sí mismo. En nuestra sociedad neopagana la Navidad dejó de ser la fiesta de la esperanza y del amor. Pero para los que aún creen, la Navidad es un claro mensaje del amor de Dios a la humanidad y de esperanza para quienes buscan corresponder a ese amor y sentirse amados por Dios.
“La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella…” (Jn 1, 9. 10).
Fredy Peña Tobar, ssp.