Cuando miramos con honestidad nuestra propia vida, es imposible no advertir en ella una gran nostalgia de infinito. Ya sea que parece que no tenemos nada, ya sea que parece que tenemos todo, si somos leales con lo que dice nuestro corazón, siempre ocurre lo mismo: nada nos basta. Todo es poco. Este Tiempo de Adviento que ahora iniciamos, es precisamente un tiempo para mirar esa nostalgia de Dios que llevamos entre manos, ese deseo de infinito que está enraizado en el corazón humano, y reconocer que sólo Dios es lo que esperamos.
En la capilla de la transverberación, en Ávila, hay una lápida con unas palabras de santa Teresa, la andariega de Dios, que podríamos meditar también nosotros en este tiempo. Ella dice: “No se contenta el alma con menos que Dios”.
El triste abismo en el que caen tantos hoy día es creer que lo que tenemos y somos nos basta. En este plano, los cristianos son –y debemos ser todos– los más grandes inconformistas, los que no se resignan con nada, hasta ver formada la imagen de Cristo, ya plena y permanente, en la Humanidad entera.
Inconformistas, sí; pero con una gran alegría. Porque la realización ya ha acontecido. Por eso el Tiempo de Adviento nos llevará a levantar la mirada hacia el futuro del regreso glorioso de Cristo, sin olvidar su primera presencia en la humildad de Belén. Los cristianos no seguimos utopías. Ellas no existen ni existirán jamás. Lo nuestro existió y existe para siempre. Lo que falta ahora es ponerse en camino para recibirlo. Qué hermosas, en ese sentido, las palabras de la oración colecta de nuestra celebración: “Dios todopoderoso, aviva en tus fieles el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino eterno”.
Comisión Nacional de Liturgia
Nos constituimos en asamblea de Dios, convocada para alentarnos en la espera del Señor. Hacia él levantamos el alma, porque confiamos en él; porque quienes confiamos en él nunca nos vemos defraudados (Cfr. Sal 24, 13). Salgamos al encuentro del Señor que viene.
Isaías será el profeta que nos acompañará en el Adviento de este año. Es la gran figura de la espera que encontramos en el Antiguo Testamento. Tiene razones para esperar la irrupción del Señor como el único factor capaz de generar la unidad del género humano.
Lectura del libro de Isaías. Palabra que Isaías, hijo de Amós, recibió en una visión, acerca de Judá y de Jerusalén: Sucederá al fin de los tiempos, que la montaña de la Casa del Señor será afianzada sobre la cumbre de las montañas y se elevará por encima de las colinas. Todas las naciones afluirán hacia ella y acudirán pueblos numerosos, que dirán: «¡Vengan, subamos a la montaña del Señor, a la Casa del Dios de Jacob! Él nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas». Porque de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén, la palabra del Señor. Él será juez entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos. Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra. ¡Ven, casa de Jacob, y caminemos a la luz del Señor!
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. Vamos con alegría a la Casa del Señor.
¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la Casa del Señor»! Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén. R.
Allí suben las tribus, las tribus del Señor para celebrar el nombre del Señor. Porque allí está el trono de la justicia, el trono de la casa de David. R.
Auguren la paz a Jerusalén: «¡Vivan seguros los que te aman! ¡Haya paz en tus muros y seguridad en tus palacios!» R.
Por amor a mis hermanos y amigos, diré: «La paz esté contigo». Por amor a la Casa del Señor, nuestro Dios, buscaré tu felicidad. R.
Escuchando esta lectura, san Agustín se convirtió definitivamente al Señor. No hay espera del Señor sin el deseo de introducir en la vida los cambios necesarios para salir a su encuentro. Escuchemos.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma. Hermanos: Ustedes saben en qué tiempo vivimos y que ya es hora de que se despierten, porque la salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está muy avanzada y se acerca el día. Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con la armadura de la luz. Como en pleno día, procedamos dignamente: basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria y libertinaje, no más peleas ni envidias. Por el contrario, revístanse del Señor Jesucristo.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluia. ¡Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación! Aleluia.
El Señor está en camino hacia nosotros. Debemos despertar del sueño y de la indiferencia. Lo nuestro es estar en vigilante espera. Acojamos el evangelio.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo. Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada».
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
En tiempos de Noé, cuando menos lo esperaban, llegó el Diluvio. ¿Cuántas veces el imprevisto de Dios ha sucedido en nuestra vida? ¿Nos hemos dejado corregir por él? ¿Estábamos preparados? ¿No corremos nosotros exactamente el mismo riesgo de Noé? ¿Recuerdas las veces en las que Jesús se acercó a ofrecerte su compañía? ¿Cómo lo reconociste?
M. Cuantos esperamos vivamente la venida del Señor, seguros de su solicitud por nosotros, también ahora nos confiamos a su mediación ante el Padre Dios, lo que hacemos con la unción del Espíritu. Respondemos a cada petición diciendo:
R. Señor ten piedad.
1.- Pidamos por la Iglesia, la nueva arca de la salvación, por nuestros pastores, especialmente por el Papa y nuestro obispo, para que nos ayuden a estar atentos a la presencia de Cristo que viene. R.
2.- Pidamos por las naciones del mundo, todas ellas íntimamente llamadas a vivir en la unidad bajo el señorío de Cristo, que es el reinado del amor. R.
3.- Pidamos por aquellos que han perdido las esperanzas, aquellos que están aprisionados por la abundancia, o los que lo están por la necesidad de los bienes más elementales para sobrevivir. R.
4.- Pidamos por nuestra comunidad (parroquial) para que nos dejemos llevar por la vocación de servicio que nos hace libres y aptos para esperar al Señor. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Padre santo, atiende con bondad nuestras súplicas y escucha las oraciones de tus fieles. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. Padre de nuestro Señor Jesús, y Padre de todos nosotros; en quien confiamos y sabemos que nunca seremos defraudados, te bendecimos y te damos gracias diciendo:
R. Bendito es el Señor que viene.
1.- Te bendecimos y te damos gracias, Señor, porque nos enseñas tus cami-nos, porque cada día nos das un motivo para seguir esperando. R.
2.- Te bendecimos y damos gracias, Señor, porque eres un Dios de ternura; porque tu misericordia es eterna y te olvidas de nuestros pecados. R.
3.- Te bendecimos y damos gracias, Señor, porque nos das a conocer la alianza que has hecho con la Iglesia, que es la Esposa de Cristo, tu Hijo, y nos haces vivir en tu amor. R.
4.- Te bendecimos y damos gracias, Señor, porque aprecias nuestros tra-bajos y nuestras penas, porque nos salvas de todos nuestros peligros. R.
M. Confiados en el bueno Padre Dios, nos atrevemos a decir: Padre nuestro…
Consolad/ Entre tus manos/ Cuando con el corazón/ Hija de Sión.