Noviembre se inicia con la celebración de Todos los Santos, una fecha para orar, recordar y honrar a los santos, conocidos y desconocidos, y a los mártires que entregaron su vida por la fe cristiana. Al día siguiente es la Conmemoración de todos los fieles difuntos: nuestros hermanos y hermanas que ya pasaron a la eternidad.
Este año, de manera especial, vamos a orar, recordar y honrar a nuestros seres queridos, familiares, amigos, vecinos y compañeros de trabajo que, lamentablemente, fallecieron como consecuencia del contagio por COVID-19. El dolor de perder a alguien en estas circunstancias ha sido transversal. En todo el mundo, literalmente, hemos sufrido de la misma manera y, a través de los medios de comunicación y redes sociales, hemos visto una gran cantidad de escenas conmovedoras, mostrando el dolor, la angustia e impotencia de muchos familiares que no han podido estar cerca de sus seres queridos en sus últimos momentos.
No pudieron consolarlos, darles una última caricia, un apretón de manos o un beso. Tampoco pudieron despedirlos en familia, con un velorio, un funeral, una ceremonia cálida, ni acompañarlos al cementerio. La pandemia vino a romper muchos esquemas y nos ha dejado carentes de los ritos a los que estábamos acostumbrados.
Debemos agradecer, una vez más, a médicos, enfermeras, paramédicos y auxiliares de los centros de salud que, con abnegación, como ángeles guardianes, estuvieron asistiendo a nuestros hermanos y hermanas en sus últimos días. Las personas que se fueron dejaron un gran vacío en nuestras vidas, pero su amoroso recuerdo vivirá por siempre en nuestros corazones, en todo lugar, en todo momento y, sobre todo, en nuestros pensamientos. Ellos no morirán, mientras los recordemos.
Para cerrar este ciclo de dolor, le pedimos a Dios que a todos nuestros seres queridos los tenga en su Reino y que a nosotros nos dé el consuelo por su abrupta partida. ¡Dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua! ¡Que descansen en paz!
En Jesús, María y Pablo,
El Director