Para los cristianos la vida después de la muerte es una certeza fundamental. Hablamos de ella no desde la experiencia, que no tene-mos, sino sólo desde la fe en la Palabra de Dios. Esa Palabra, que es Jesucristo, descorre delante de los ojos de nuestra mente y de nuestro corazón ese velo que nos separa de la Vida eterna. Ya la encarnación de Dios, que se hizo humano, es una palabra clara para comprender los misterios. En Jesús, Dios se hace comprensible, al alcance de nuestra experiencia.
San Pablo dice que ahora vemos como en un mal espejo, confusamente, pero después veremos cara a cara. Si tuviéramos que poner un ejemplo para describir la relación entre nuestro mundo y el eterno, pensemos en la vida de un niño en el útero de su madre y en su vida cuando nace. ¿Qué entiende esa guagua, mientras está en el vientre de su mamá, del mundo que hay allá fuera? Casi nada: apenas sonidos y movimientos.
¿Qué podemos decir nosotros de la vida después de la muerte? Nada, si la Palabra de Dios no viniese a nuestro encuentro. En la respuesta a los saduceos algo se descorre el velo. Jesús explica que las características del mundo de los resucitados son opuestas a las del mundo actual. Con la resurrección la vida es continua, no tiene inicio ni fin, no hay necesidad del matrimonio con vistas a la fecundidad y la muerte ya no existe. Es una vida de comunión plena, de amor pleno entre todos los seres humanos, sin lágrimas, amarguras ni afanes.
Pero a los cristianos, tanto como lo que viene después de la muerte, nos interesa lo que hay antes de ella: ahora. Se puede decir que el paraíso comienza ya en esta Tierra cuando nos esforzamos por vivir según el evangelio. Allí donde brota el evangelio, allí brota la Vida eterna. Por eso decimos “Creo en la Vida eterna”. El paraíso lo podemos vivir desde ahora.
Comisión Nacional de Liturgia
En el inicio del Mes de María, nos reunimos para celebrar la eucaristía y fortalecer nuestra fe en comunidad. Celebremos con alegría este día de la resurrección del Señor.
La primera lectura nos presenta la esperanza de la resurrección en los creyentes del antiguo Israel que dan la vida por su fe en el Dios de la Alianza.
Lectura del segundo libro de los Macabeos. El rey Antíoco envió a un consejero ateniense para que obligara a los judíos a abandonar las costumbres de sus padres y a no vivir conforme a las leyes de Dios. Fueron detenidos siete hermanos, junto con su madre. El rey, flagelándolos con azotes y tendones de buey, trató de obligarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. Pero uno de ellos, hablando en nombre de todos, le dijo: «¿Qué quieres preguntar y saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir, antes que violar las leyes de nuestros padres». Una vez que el primero murió, llevaron al suplicio al segundo. Y cuando estaba por dar su último suspiro, dijo: «Tú, malvado, nos privas de la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna, ya que nosotros morimos por sus leyes». Después de éste, fue castigado el tercero. Apenas se lo pidieron, presentó su lengua, extendió decididamente sus manos y dijo con valentía: «Yo he recibido estos miembros como un don del Cielo, pero ahora los desprecio por amor a sus leyes y espero recibirlos nuevamente de Él». El rey y sus acompañantes estaban sorprendidos del valor de aquel joven, que no hacía ningún caso de sus sufrimientos. Una vez que murió éste, sometieron al cuarto a la misma tortura y a los mismos suplicios. Y cuando ya estaba próximo a su fin, habló así: «Es preferible morir a manos de los hombres, con la esperanza puesta en Dios de ser resucitados por Él. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida».
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. ¡Señor, al despertar, me saciaré de tu presencia!
Escucha, Señor, mi justa demanda, atiende a mi clamor; presta oído a mi plegaria, porque en mis labios no hay falsedad. R.
Mis pies se mantuvieron firmes en los caminos señalados: ¡mis pasos nunca se apartaron de tus huellas! Yo te invoco, Dios mío, porque Tú me respondes: inclina tu oído hacia mí y escucha mis palabras. R.
Escóndeme a la sombra de tus alas. Pero yo, por tu justicia, contemplaré tu rostro, y al despertar, me saciaré de tu presencia. R.
El apóstol Pablo nos invita a caminar confiados en la fidelidad de Dios. Escuchemos atentamente esta hermosa lectura.
Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica. Hermanos: Que nuestro Señor Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos amó y nos dio gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, los reconforte y fortalezca en toda obra y en toda palabra buena. Finalmente, hermanos, rueguen por nosotros, para que la Palabra del Señor se propague rápidamente y sea glorificada como lo es entre ustedes. Rueguen también para que nos veamos libres de los hombres malvados y perversos, ya que no todos tienen fe. Pero el Señor es fiel: Él los fortalecerá y los preservará del Maligno. Nosotros tenemos plena confianza en el Señor de que ustedes cumplen y seguirán cumpliendo nuestras disposiciones. Que el Señor los encamine hacia el amor de Dios y les dé la perseverancia de Cristo.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluia. Jesucristo es el Primero que resucitó de entre los muertos. ¡A Él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Aleluia.
En el evangelio nos disponemos a escuchar al Señor Jesús que nos anuncia el llamado que Dios nos hace a vivir eternamente con él. Con atención escuchemos esta Buena Noticia del Señor Jesús.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas. Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: «Maestro, Moisés nos ha ordenado: “Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda”. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?» Jesús les respondió: «En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor “el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él».
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
¿Cómo vivo sabiendo que mi vida no camina hacia una tumba, sino que camina hacia el gozoso encuentro con Dios? Este Mes de María que comenzamos, ¿de qué manera renueva mi esperanza en el Señor?
M. Confiadamente dirigimos nuestra oración al Dios de la Vida que nos llama a vivir eternamente con él.
1.- Por la Iglesia de Dios repartida por el mundo entero, para que sea un testimonio luminoso del camino hacia la Vida eterna. Roguemos al Señor.
R. Escucha, Señor, nuestra oración.
2.- Por el papa N., por nuestro obispo N. y por todos los pastores de la Iglesia, para que el Señor los asista en su servicio pastoral y los haga siempre defensores de la vida. Oremos. R.
3.- Por todos los que tienen responsabilidades de servicio público para que sean servidores del bien común y de la dignidad de los más pobres. Oremos. R.
4.- Por este Mes de María que comenzamos, para que a todos nos renueve en la esperanza de la fe en la resurrección. Oremos. R.
5.- Por todos nuestros difuntos, para que participen plenamente de la vida en Jesucristo resucitado. Oremos. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Señor Dios, refugio y fortaleza nuestra, escucha las oraciones de tu Iglesia y concédenos, por tu bondad, lo que pedimos con fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. Padre, tú nos creaste para la vida junto a ti, y eres quien gratuitamente nos regala todo en tu Hijo, el Señor Jesús. Sabemos que en ti podemos confiar y caminar seguros por la vida. Te alabamos diciendo:
R. ¡Bendito seas, Padre, que nos das la vida!
1.- Porque nos creaste para vivir eternamente contigo. R.
2.- Porque en la resurrección de tu Hijo Jesús nos das la garantía de nuestra resurrección. R.
3.- Porque por el don del Espíritu Santo infundes en nosotros la fe que nos hace caminar confiados en ti en medio de nuestro mundo. R.
M. Padre, tú regalas la vida a todos tus hijos, por eso confiadamente te decimos: Padre nuestro…
Pueblo de Dios/ En tu altar, Señor/ Y yo le resucitaré/ Santa María del camino/ En tu altar, Señor.