Los celos misioneros de Juan son repudiados por Jesús, simplemente porque el anuncio del Reino no es exclusivo de los discípulos y la universalidad del Evangelio no apunta únicamente a sus destinatarios sino también a sus agentes. Jesús asume las estructuras e instituciones de su tiempo, con gran libertad, pero no se deja esclavizar por ellas, pues el Espíritu no está sometido a ninguna estructura humana.
La prohibición de los discípulos a quienes expulsan demonios está probablemente movida por la envidia producto de su incapacidad de realizar milagros. Por eso Jesús les enseña que no se puede coartar la acción del Espíritu, ya que sopla donde y cuando quiere. Vivir la fe con esa apertura no es minimizar el cristianismo ni relativizar la función y misión de la Iglesia, lo importante es la fidelidad al Espíritu de Dios. Decía san Agustín: “Hay muchos de fuera que dicen estar dentro, y otros que dicen estar dentro, pero en realidad están afuera”.
Asimismo, Jesús hace partícipes a sus discípulos de su misma dignidad y les afirma que tomará en cuenta todo acto de amor hacia el prójimo. Pero también les advierte contra el peligro de conducir al pecado o a la pérdida de la fe, ya que es mejor entrar a la Vida mutilado que auto condenarse. Para la mentalidad judía, la mano, el pie, y el ojo eran la sede de los impulsos pecaminosos. En efecto, frecuentemente la mano levantada era señal de rebelión y el ojo estaba asociado a la codicia. No obstante, cuando el Señor habla de “cortarlos”, significa: romper radicalmente con todo aquello que nos aparta de su amor, porque nos convierte en personas egoístas, deshonestas, y poco transparentes. Por eso la radicalidad del Evangelio nos exige poner límites, estar atentos y ser fieles al amor de Dios.
“No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí”, (Mc, 9, 39)
Fredy Peña Tobar, ssp.
Para complementar tu reflexión personal al Evangelio de este domingo:
2 Comments
Gracias, muy buena reflexión.
¡Muchas gracias!