La novedad del evangelio de este domingo es anunciada en tierras paganas o extranjeras. Es en la Decápolis donde Jesús ratifica la actitud de los paganos que, poco a poco, empiezan a abrir sus oídos y corazones a la Palabra de Dios. El “sordomudo” es el mejor representante del paganismo puesto que para los religiosos judíos, el pagano no contaba en la historia de la salvación, no conocían al verdadero Dios, no cumplían los mandamientos y estaban llenos de vicios y supersticiones. No obstante, esta visión de los que no creen en Jesús, pero sí en sus propios dioses, también es propia de la sordera y la mudez de los que hoy dicen creer en Dios.
Jesús cura al sordomudo lejos de todo gentío y al poner sus dedos en sus oídos y en su lengua lo libera. En la antigua liturgia bautismal, el sacerdote, con su saliva, tocaba la oreja de la persona que bautizaba y decía, Effatá, ábrete para significar la apertura a la Palabra de Dios; y signaba la boca para capacitar el diálogo con Dios. Una vez que es sanado el sordomudo, se siente responsable del “anuncio” y quiere proclamar lo que el Señor hizo con él. Por eso, el cristiano no puede ser un sordomudo espiritual, porque su fe en Jesús es una fe viva que crea y renueva su entorno.
En el milagro del sordomudo y, en otros, no son los gestos de Jesús los que sanan, sino su “palabra”. Al decir “Ábrete”, los oídos se abrieron y el sordomudo comenzó a hablar. En efecto, es la “palabra” de Jesús la que libera y reintegra. Por eso que todo aquel que cree en Dios no necesita rituales o magia para abrir sus oídos y anunciar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. El sordomudo, una vez sanado, pasó a ser un evangelizador y manifestó su disponibilidad y compromiso. ¡Cuánto falta a nuestra fe cristiana para mostrar aquella disponibilidad y compromiso del sordomudo!
«Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Mc 7, 37).
Fredy Peña Tobar, ssp.
Para complementar tu reflexión personal al Evangelio de este domingo: