El fin del año litúrgico, ya cercano, nos invita a estar vigilantes, pues el Señor viene.
El cristiano vive a la espera del Señor, llenando su vida de obras buenas. La eucaristía
de hoy es una adecuada oportunidad para recordarlo.
Hoy pedimos perdón: por desesperarnos ante la fugacidad de la vida, en vez de
asirnos a Dios; por desaprovechar las ocasiones de ayudar a los hermanos; por
creernos eternos e instalarnos en el mundo.
LECTURAS BÍBLICAS
Primera lectura: 2 Macabeos 6, 1; 7, 1-2. 9-14.
El relato de la muerte de los siete hermanos, en tiempos de la persecución del
rey Antíoco, abre a la esperanza de la resurrección: Dios cumple la esperanza de
quienes confían en él.
Segunda lectura: 2 Tesalonicenses 2, 16 – 3, 5.
Dios, que llama a la fe, quiere la respuesta de toda obra buena. Él es fiel y nos
protege contra el mal.
Evangelio: Lucas 20, 27-38 (o bien: 20, 34-38).
La respuesta de Jesús, a quienes niegan que haya resurrección, es cara y tajante:
“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos están vivos”.
Hacemos con alegría nuestra ofrenda del pan y del vino: son dones de Dios para
el banquete eucarístico de hoy, y también anticipo del banquete definitivo.
La fuerza del Espíritu Santo, que el Padre nos ha comunicado por Jesús, transforma
toda nuestra vida.
El Señor viene, el Señor viene pronto, el Señor viene siempre: es la buena noticia
que debemos anunciar a todos, como fruto de la celebración eucarística.