Jesús inaugura el nuevo éxodo y el paso definitivo a la vida. De esta forma, la travesía por el mar de Galilea y el pan distribuido por Jesús evoca y supera lo vivido por Moisés con el maná del desierto. Galilea era tierra de gente pobre y despreciada por las autoridades de la época. No obstante, el Señor lidera a su Pueblo y lo conduce hacia su libertad, porque ama a los que más sufren. De hecho, no le preocupa tanto lo que debe decirles, sino cómo saciar el hambre material que padecen.
¿Dónde compraremos pan para darles de comer? La respuesta de Felipe a Jesús caracteriza a aquellas personas que, por falta de creatividad, comodidad o por algún prejuicio no son capaces de resolver la situación. Se sigue la lógica económica de su tiempo y del templo: “hay que acumular para distribuir”. Es decir, esa lógica no trae ninguna novedad, pues continúa generando una dependencia infantil e inmadura.
Saciar el hambre de la humanidad. Las palabras de Jesús desencadenan su novedad. El mandato de “sentar” al Pueblo para comer es un gesto que “concientiza” su condición de personas libres, puesto que los esclavos no podían sentarse. En efecto, el Señor organiza y lidera a personas que buscan ser plenamente libres. Asimismo, él no agradece al niño ni a Andrés, pero sí a Dios, porque, en su proyecto no pretende “acumular” para después “distribuir”; antes hay que compartir lo que cada uno tiene para no acentuar que unos valen más que otros o que algunos son discriminados por privilegios de otros. El milagro de Jesús no lo desenfoca del proyecto del Padre, porque no vino al mundo para convertirse en un monarca terrenal, sino para darnos la plenitud de la vida. Por eso el creyente ha de entrar en su proyecto salvífico y no someterse al materialismo reinante, que bloquea todo don y nos aleja de Dios.
“Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña” (Jn 6, 15).
Fredy Peña Tobar, ssp.